Resurrección (cuento corto)
Cuando volvió del bosque, su amigo estaba muerto. La carpa deshecha y el equipaje revuelto y desperdigado en el campamento. El zorro hurgaba a un costado del cuerpo. Juan, al entrar al claro, retuvo el aliento; el zorro, alertado, volteó con gracilidad. Tenía el hocico ligeramente manchado. Son fresas, se aferró Juan, son fresas. Mientras se desembarazaba de la mochila, agitó las manos en un acto inútil y desesperado por ahuyentar al animal. Éste lo vigilaba, quieto; la enorme cabeza roja sin mover, los ojos diminutos y fríos, el hocico entreabierto. Juan trastabilló; se llevó la mano al bolsillo y sacó la navaja. Su amigo balbuceó algo, palabras ahogadas. Girando y acercándose entre las hojas secas, Juan pensó que estaba unido al animal, desde un rincón lejano, por la agresividad. Sintió venganza y atacó al zorro.
El zorro mordió su mano. El cuerpo de su amigo, abandonado en el límite del bosque, alentaba en silencio. No quería morir así. Devorado de repente por un zorro burlón durante la excursión del fin de semana. Sobre todo por la paz. Aquel lugar estaba repleto de una luz beatifica y radiante y paz. Asustado, pensó en escapar, pero alargó la mano de la navaja rasguñando al zorro en el pecho, justo cuando éste saltaba sobre él. Cayó en la tierra. El zorro, herido y asustado, se escabulló. Acostado podía ver a su amigo que intentaba hablar, ahogándose. Consolándolo con gorjeos. El sol, alto en el mediodía, lastimaba. Una bruma ascendía y lo cegaba. Un pájaro cantarín se posó en una rama cercana.
Se sintió en comunión y en todas las cosas. Era el pájaro remontando el cielo. El zumbido de las moscas acercándose era maravilloso. Estaba feliz. Ya no existía ninguna conciencia personal, por consecuencia, ningún dolor. Oía el agua burbujear en los ríos. La hierba pellizcándolo. El sol caldeando su piel cansada. La brisa meciendo sus empapados cabellos. Se sentía bien. Estar vivo: respirar. Todo eso y más era la vida y de pronto no quiso dejarla. El zorro regreso, sigiloso y cauto, entre los setos. El universo lo recogía en un último abrazo. Cerró los ojos. El zorro lo observaba y olisqueaba. Una mirada benevolente, parecida a la de su amigo. Abrió los ojos, y su amigo lo observaba: arrójate, vamos, conviértete en animal. El zorro se acercaba. Cerró los ojos.
Al abrirlos había dos cuerpos humanos, muy juntos. Uno se sostenía el cuello con felicidad. Se acercó. Tenía hambre y quería comer.
Fuente:
Muy interesante tu cuento y la forma creativa de mencionar a los personaje de tu trama.
Gracias por compartir este tipo de información con toda la comunidad hive.
Muchas gracias a ustedes por sus comentarios, y por haberme regalado una leída. Un saludo
Un cuento muy interesante, con una elaborada propuesta narrativa, y, en consecuencia, interpretativa. Saludos, @poesiaempirica.
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