Después de la guerra (Relato corto)

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El oficial Mena, de pie en el camión, observa la nube de polvo que van dejando atrás, flotando, sobre el camino de arenisca. En el campo las pocas chozas están abandonadas. De vez en cuando, una sombra enfermiza, tose o escupe en la tierra, y los contempla desde la penumbra de un porche en ruinas. En un huerto, oculto por la maleza, un hombre cava una zanja mientras llora. Las campiñas sumergidas en el humo fétido de los deshechos quemándose en los montes. Dos muchachos, turnándose una cuerda, acarrean una vaca famélica; al oír el traqueteo chillan y corren, insultando y riéndose de los soldados heridos, hasta desaparecer en la polvareda.

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El camión se detiene al final de su ruta: descienden en una posada. Después de comer; sale a fumar y ve al caballo, espantando las moscas con la cola, encerrado en el cobertizo de piedra. Suspira al divisar las colinas, titanes caídos envueltos en el manto gris del cielo, y los surcos sobresaliendo del campo. Ve al tabernero cojo acercare cargando una palangana de agua sucia; vierte la cubeta en el lodazal, y pasándose una mano por la frente y limpiándosela en el delantal grasiento, le pide un cigarrillo. Es el último viejo, responde. Va en busca de otro balde detrás del edificio resollando y arrastrando la pierna en una caricia de hojas caídas. Suelta aire y se detiene en mitad del patio, protegiéndose con las manos del sol para mirarlo; se fija en su ropa andrajosa y polvorienta, y su mirada descansa en la faltriquera que lleva al hombro donde sobresale la culata.
— ¿Eres de por aquí, muchacho?
— Era de aquí.
— Me gusta esa palabra. Era.
— ¿Vas al pueblo?
— Si.
El tabernero mira el oeste. En la lejanía, al fondo de la falda de las montañas: unas casas apiñadas junto a un riachuelo. Asiente en silencio.
— Si. Era. Como en los cuentos. Érase una vez. Te espera un largo trayecto, muchacho. Antes de entrar el oficial le ofrece la colilla.
...

— Espera, muchacho. El viejo lo toma del hombro antes de irse; lo mira a los ojos mientras sonríe, como si sostuviese entre las manos una vieja fotografía llevada por el tiempo.
—Para el viaje. La fotografía del oficial, en blanco y negro, se despide.
— Gracias.

La noche lo encuentra en el camino. Tumbado debajo de un sauce para descansar: la hierba guarda un íntimo calor que huele a verano. Las estrellas resplandecen iluminando el campo infinito. El frío de la noche le trae otra oscuridad; la calma tenebrosa sesgada por las bombas y los gritos hundido en las trincheras. Al día siguiente el cielo está despejado y ve a niños mirándolo desde los arboles y a un flautista pidiendo limosna.

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Al anochecer le da alojamiento una anciana.



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