Crónicas universitarias: El preámbulo de una fiesta, del conocimiento.

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(Edited)

Mi país es de telarañas y fantasmas.

Con una moneda ilegal parecida a la literatura.

A su naturaleza proscrita, sediciosa, casi de callejón.

La gente trafica la moneda al igual que la literatura: en bares, cafés y calles oscuras.

Se mueven alrededor de ella. Crean una historia no oficial.

Lo malo de un país en debacle, en franca decadencia, es que todo comienza a ser tasado, contabilizado.

¿Cómo tasar las cosas que no tienen corporeidad y pertenecen a la imaginación?

Es decir, ¿Cuánto vale el abrazo de un hermano? ¿Cuántos dólares, cuántos billetes, cuanta literatura?

¿Cuánto vale lo que nunca podré expresar?

La vez sentado en la acera, después de un apagón, viendo el cielo.

De repente aquel cielo, que siempre me pareció un cielo sin nada, un cielo inútil, se abrió con los destellos rosados y calientes y ruidosos de la tierra incendiada.

Y pude entrever entre lo rosado de aquellos pliegues que mi vida se estaba escapando.

¿Qué color tiene la desesperación, cuántos dólares, cuánta poesía?

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Crónicas universitarias: El preámbulo de la fiesta, del conocimiento

Nos revisan en los puestos de control. Después del chequeo nos indican atravesar la carpa azul y seguir adelante. Subimos la cuesta hasta la última cancha; en la puerta nos colocan unos brazaletes azules. «Bienvenidos» dice la chica de la entrada sin vernos. Al llegar a la cancha de beisbol donde se realiza la fiesta de la universidad Franco pone mala cara, lo he visto antes, he visto todo esto antes, parece decir. Franco siempre intenta mantenerse al margen, sumergir las expresiones; mostrarse como si nunca nada estuviese fuera de su control, no cree en la incertidumbre, nada puede tomarlo desprevenido. La fiesta, anunciada con mucho ornato y mucha festividad las últimas semanas, era una mierda. Un presentador gordo y sudoroso saltaba en la tarima instalada en la polvareda del campo, dos equipos de sonido con interferencias, se oía música tecno. Algunas chamas se movían con más voluntad que ritmo encerradas en el polvo; el sol hacia lucir los montículos de arena y las carpas donde vendían comida y cerveza de un insoportable dorado. «Vámonos» dice Franco, en mi casa quedaron botellas de la otra vez. «No vale», dice Paola, tú si jodes, yo quiero tripear aquí. María se encoge de hombros y me mira, haciéndome responsable de la elección.

Yo miro alrededor y veo líneas de calor. Apoyo la moción de Franco. El presentador, casi sin voz, intenta arreglar las cosas, anima una gritería exangüe; un “viva la universidad” apagado, puro compromiso.

De todas maneras, dice María, falta Rafa. Nosotras vamos a comprar cerveza, dice Paola, si se quieren ir; se van. Franco me hace señas y nos metemos bajo un toldo. Qué hacemos entonces, comienza Franco, yo traje aquí para fumar. No, todavía no, hay muy poquita gente y se va a notar bandera, digo. Bajo la sombra azul del toldo dos muchachas bailan una muy cerca de la otra, como buceando en el fondo de una piscina muy clara. En una esquina un chico fuma y las ve bailar. Pasó o no pasó por fin con Paola, pregunta Franco. La veo en la cola, bajo el sol, conversando con dos sujetos sin camisa. Paola me ve y sonríe y saluda. No lo sé, ella es muy rara, digo. Todas las mujeres son raras, marico, dice Franco. Les gusta sentir que te dominan. Pero sin que sea una dominación directa, sabes, ir ganando terreno poco a poco. Ponte a analizarlo: hay hombres que hacen todo por creer que aman y al final, bueno, terminan convertidos en nada. En una degeneración de ellos mismos. Puede ser, puede ser, digo. Paola es un misterio, digo. ¡Ah, no vale!, dice Franco en son de burla, te estás enamorando.

¿Cuánto se puede llegar a saber de una persona? En cierta forma entre nosotros media un mar; este mar es el desconocimiento, la incertidumbre que Franco finge controlar y, en muchas casos, el mar es el miedo. El temor de lo desconocido que siempre representa el otro. Al mundo del que proviene la otra persona, lejano, quizás hostil.

Hoy he suspendido matemática por venir a la fiesta. Hoy también es la fiesta, ésta en la noche, en casa de Franco. Las dos últimas veces que hemos ido he sentido una cercanía con todos los del grupo. Como si los conociera de un lugar olvidado, de un sitio detrás, siempre detrás, de mi memoria. Pensando en lo que vendrá no he dormido, no he podido estudiar las fórmulas y he reprobado.

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2 comments
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Un interesante relato, al modo de una crónica ficcional, que recrea con mucha propiedad la atmósfera juvenil -tanto grupal como individual- universitaria de las últimas generaciones. Gracias, además, por el plus que abre el post. @poesiaempirica.

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Muchas gracias, colega. Siempre es grato tenerlo por acá. Gracias por el apoyo

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