Viaje a través de la muerte (Relato)

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El hombre cierra los ojos en el lecho, una sabana color rosa cubre el colchón.

A su lado su esposa duerme feliz.

Lentamente va sumiéndose en un sopor que le arropa de escalofrío el cuerpo.

Una senda oscura entre la dimensión del ser o no ser de las cosas reales va abriéndose paso ante sus ojos.

Sus manos crispadas asen fuertemente la esquina del lecho pulcro y frío.

Senderos pintados de negro le saludan, remolinos de prismáticos cristales copan su frente perlada de sudores que se van evaporando con los segundos.

La mente mortal de su cuerpo, cual maquina que va cediendo ante el empuje innegable de la herrumbre del tiempo que pasa, va aminorando la marcha hasta quedar casi completamente detenida, inmóvil, entre la cabeza que reposa en la almohada.

La fortaleza de sus músculos curtidos por días de sol y trabajo agotador, durante su existencia tal vez larga pero inmensamente corta, ante los hombres que van noche tras noche llevando la carga de un momento absurdo pero necesario, completamente flácidos van abandonando cada centímetro de un cajón que casi vacío va dejando un punto cumplido y cerrado en la gramática terca de la vida.

Su esencia intacta a pesar de tantos golpes, de tantos momentos de angustia y dolor anfitrionados por rasgos de alegrías, que día a día fueron haciéndose esquivas entre la soledad de la noche tan callada, tan cómplice de misteriosas verdades, va librándose de una carga inútil que ha soportado los inviernos fríos y ha padecido ante calurosos días de horas que hoy no tienen sentido.

Una pequeña sonrisa aflora en su boca, signo interrogante de posible alegría ante el instante supremo de la partida o señal de un triunfo, que aunque tardío dio luz en su cerebro cansado y torpe. Sonrisa que ha de llevarse a paramos solitarios, entre dimensiones confusas de tiempo, que van transformando en cenizas y polvo la aparente forma de la dichosa vida, que quizás sea algo que no existe.

Una débil forma se vislumbra a lo lejos.

El viaje es largo pero demasiado rápido para los que no conciben entre sus ideas que más allá de todo lo tangible a diario hay cosas que son más duraderas y sinceras.

La oscuridad va desapareciendo y a la vera del camino las brumas van aclarándose, la visión que desde lo alto de no sé dónde, salida de sueños fantásticos, de pesadillas de gente normal y a la vez muy caprichosa, allá en la lejanía de otra forma escucha a su esposa llamarlo por su nombre, pero es muy tarde para intentar el regreso, por fracciones de microsegundos duda pero le es mucho mas halagador seguir y sigue.

Todo es tan normal que parece un sueño.
Un hombre, si puede llamarse así a las formas no conocidas de la existencia, llena de luz todo el alrededor del espacio, solo puede recordar que nunca le ha visto.

Los ojos color café de la esposa casi brincan de entre las órbitas aterrorizadas por la pequeña visión de un mal momento.

Su boca se abre para emitir un grito, preso por rejas de dolor y sufrimiento.

El cuerpo frío de su amado esposo, padre de sus hijos y compañero de lucha a lo largo de años de carestías y placeres, le hace recordar que el momento no espera.

-! Está Muerto!

Cataratas de lagrimas riegan el torso lleno de vellosidades del hombre.

La estancia se va llenando de gente, de personas impotentes ante la realidad.

Solo su padre tiene el valor suficiente para acercarse y abrazarlo con sus manos aun fuertes pero en demasía cansadas, acercando su boca a su mejilla y besándola.

El cuerpo enterrado entre dos dimensiones aun permanece latiendo y funcionando.


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Una ambulancia se lo lleva al hospital seguido en procesión por sus seres queridos.

Allí lo depositan en una cama con una sabana funestamente blanca.

En los pasillos, caras suplicantes de bondad piden al todopoderoso por su vida.

Una voz salida de algún punto imaginario de entre las nubes del espacio-tiempo logra que la rauda carrera hacia el fin de algo que no tiene en verdad principio sea detenida bruscamente, como el viento fuerte que se detiene cuando la lluvia comienza a caer en tardes de tormentas.

Se siente flotar en un lugar apartado situado en un eje perdido del hiper-espacio desconocido.

-¿Qué haces aquí? ¿A que has venido?.

Se siente desarmado ante tal pregunta hecha por esa forma antinatural.

Busca sus manos pero no las encuentra, tampoco es posible verse sus piernas, solo un pequeño y débil haz de luz cubre el alrededor de donde está.

Por primera vez siente miedo ante la situación en que se encuentra y un millón de preguntas se piensa.

-¿Quién eres?. ¿Cuál es tu nombre?

-Aquí no lo tenemos ni necesitamos. ¿Acaso no sabes dónde te encuentras?

-Estoy dormido y ahora estoy soñando.

-Te equivocas, estás en el punto medio entre la vida mortal o humana y la muerte.

-No es cierto, me estás engañando.

-Ahora solo eres esencia. ¿No lo Crees?. Mírate y veras que no tienes cuerpo.

La verdad va abriéndose paso ante sus ojos, de nuevo busca sus manos en vano.

-Has perdido la voluntad de vivir y por esa razón has llegado hasta aquí. ¿No te parece prematuro morir de esa forma?. ¿No te parece estúpido abandonar las cosas por el simple hecho de sentirse incapaz?. ¿Es que no has aprendido aun a vivir?

Tu momento no ha llegado, nadie entra aquí antes del tiempo.Por eso te detengo, te aconsejo que vuelvas a tu lugar.
-¿Si no lo hago que ocurrirá?

-Quedarás vagando por entre las sendas oscuras que hace poco atravesaste, seria como estar ciego teniendo vista.

-Yo no sé el camino de vuelta.

-Piensa en aferrarte a la vida y de esa forma sencilla lo encontrarás. Te enseñaré algo, mira allá abajo.

Una clara imagen se forma alrededor.

Ve su cuerpo lleno de sueros.

Su cara cubierta con una mascara de oxigeno.

Tres médicos intentando revivirlo y varias enfermeras corriendo de un lado a otro buscando lo necesario para hacerlo.

Ve su rostro pálido como estatua de cera.

Sus manos inmóviles como aspas del molino que ya viejo no funciona.

La maquina cansada de dar tumbos.

Por entre los pasillos llenos de caras soñolientas y miradas tristes y perdidas, entre las blancas puertas de los cuartos, va reconociendo rostros desvencijados, invadidos por la duda de lo imposible.


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Su esposa en un rincón lejano llora, sus manos cubren el rostro triste, manos que le dieron el valor suficiente para afrontar momentos de incertidumbre, que le prestaron la fuerza de una voluntad férrea hecha de metal y granito.

Sobre sus hombros un vestido puesto a la carrera, todo arrugado y ajado.

Nunca le llegó a ver así tan sola, tan desplomada de ánimos y sueños.

Su cabello revuelto, las manos cerradas en torno al rostro, intentando de esa forma aguantar una vida que se va apagando, intentando detener los latidos del tiempo, latidos fuertes como la furia del mar.

A su lado y con la mano sobre su hombro, su padre con idéntica cara de tristeza, desea darle fuerzas en ese momento difícil, pero es algo que ya el viejo cansado de fuertes trabajos, castigado por los años, revestido de bruscas frustraciones y obstinado de pasar momentos similares, ya no puede ofrecer pero si recibir.

Su otra mano temblorosa sostiene una taza de café, costumbre arraigada de la familia.

Desde su sitio situado en el infinito recorre las calles bulliciosas de la ciudad, avenidas que un día le vieron crecer con la cara sucia y las manos vacías.

Llega hasta su casa llena de curiosos mas que de personas que sienten lo ocurrido, personas que alimentan su alma carcomida por los vicios mundanos, con la desgracia de sus semejantes y llenan de envidia sus corazones con la alegría de estos.

Sobre la cama, dormida por los calmantes yace su madre, está mas vieja que nunca.

Puede sentir su sufrimiento en sí mismo.

A su lado, corriendo y jugando inocentemente está su pequeña hija, tan bella como nunca.

Los amigos, los verdaderos, llegan uno por uno a tratar de ayudar, llenan sus ojos de lagrimas sinceras y abrazan muy fuertemente a su hermano sumido entre un momento muy difícil.

Todo se oscurece nuevamente. Una luz cegadora va abriéndose paso.

Mira abajo y se encuentra en el pasado.

Su madre le da de mamar a su boca ávida del alimento natural de sus pechos.

Está linda, muy joven y coqueta, con sus ojos llena de ternura su cabeza, mientras sus manos no se cansan de suavizar su piel infantil, orgullosa del fruto de su vientre.

Su casa pequeña, pobre pero decente, está llena de sueños nuevos, sueños que a medida que fueron realizándose impregnaron de calor sus sentimientos.

Su cuna espera a un lado de la cama.

Entre el maremagnum de su casa revuelta puede ver a sus pequeños amigos, los primeros que poblaron su mente. Amigos inanimados que llenaron largas horas de su primer periodo de vida.

Busca a su lado pero solo ve sombras.


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Un poco mas arriba un haz de luz asemejando una puerta se vislumbra.

Por primera vez desde su llegada siente verdaderas ganas de volver a su sitio.

La añoranza de tiempos pasados recrea unos momentos más su entusiasmo.

Se deja llevar por sus instintos como le ha aconsejado y comienza a descender.

De claro cegador todo comienza a oscurecerse.

La oscuridad total es cubierta por otra aun más oscura y densa que las anteriores.

Cree morir aun después de la misma muerte.

Abre los ojos y busca sus manos.

Allí están llenas de sueros, casi oxidadas, prontas a morir completamente.

La cara asombrada del medico le mira.

Cierra los ojos pero ahora solo para dormir.

No desea volver hacia donde ha ido.

Una gran luz le hace abrir los ojos.

A su lado los ojos llenos de lagrimas de su esposa, sus manos le abrazan fuerte.

Su pequeña hija con su sonrisa inocente se pregunta miles de cosas desde adentro.

Sus ojos buscan con efusión los rostros llenos de risas que desde todo ángulo del pequeño cuarto de hospital le miran.

La vida es dura pero aun así es necesaria.



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