Vacaciones desvirtualizadoras (Relato)

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Las esposas terminamos siendo victimas y victimarios de los inventos de nuestros maridos, sobre todo cuando entrando a la tercera edad ellos sustituyen sus prioridades, por cambios biológicos normales que no voy a detallar.

Creí considerarme afortunada ya que el flaco, apodo con que cariñosamente lo llamo, a diferencia de otros incursionaba en Internet desde el trabajo, dejando la casa para nuestras cosas.

Pero no todo es color de rosa en este mundo y después de planear unas vacaciones por mucho tiempo, se le ocurrió hacer un tour por varias ciudades del continente, aprovechando así para conocer a sus cyber amigos del foro que junto a otro compatriota posee por la red.

Lo primero que pensé fue en el gasto que debíamos hacer, lo segundo en la inseguridad de un encuentro con desconocidos y lo último, la distancia y el medio de transporte, ya que por experiencia propia conozco las limitaciones de él cuando se trata de viajar en aviones.

Al final como buena esposa de casi medio siglo termine embarcándome para conocer Venezuela, Cuba y México, gracias a ahorros y prestamos.

Para no ser pesimista no voy a decir que todo empezó mal sino complicado, los retrasos en los vuelos casi me hacen desistir de la idea pero la paciencia es uno de mis virtudes y en esta ocasión me sirvió de mucho para no cometer un esposocidio.

Durante todo el trayecto el flaco se quejó de lo estrecho de los asientos, cosa que me pareció maniático ya que dado su delgadez no creo que le incomodara, pero se que detrás de todo esto estaba el miedo que le tenia los músculos apretados.

Llegamos al aeropuerto de Maiquetía en la madrugada y cumplidos los tramites su voz asombrada al ver la desolación del lugar, me dijo.

-No hay nadie esperando.

-Te lo dije, no debes confiar en extraños, pero siempre tan confiado, no cambias.

En el fondo buscaba hacerlo sentir estupido porque dentro de los habitantes de “El Taller”, nombre del foro donde compartíamos, Fénix era una de las que mas confianza me inspiraba.

-Resolveré esto en un momento.

Nos fuimos a la cabina telefónica y tras minutos de nuevo su cara vencida me dice.

-Suena ocupado.

-¿Es el único número que tenemos?

-Si.

Esta vez quien se sintió asustada fui yo, recordé una película donde dos extranjeros son detenidos en el aeropuerto y colocados en prisión por decir que iban a visitar a un amigo, que termina siendo un peligroso narcotraficante.

Como acto de magia recordé tener el teléfono de otro de los habitantes del lugar, con quien nunca había compartido por ser uno de los últimos incorporados.

Esta vez, como buscando cambiar la suerte fui yo quien hizo la llamada.

Su voz me sonó lejana pero para tranquilidad nos dio una solución.

Salimos del tenebroso y oscuro aeropuerto en un rustico que mas que rodar parecía que iba rebotando por el pavimento, no sin antes como acostumbra también en Córdoba, hacer los respectivos regates de precios y escogencia del peor de las acciones.

Me senté atrás mientras el flaco intentaba hacer contacto con alguien terrenal en medio de la ciudad.


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Parecíamos garrapatas montadas sobre una tortuga, hasta los asnos iban más rápido y creo que era la única manera de ir porque al pobre le sonaba todo menos el radio y la corneta.

Después de horas o días, y de escuchar las aventuras y desventuras de su vida en sustitución de música, llegamos al sitio indicado por nuestro cyber amigo.

Tirados en la calle prácticamente, atracados por la tarifa del taxista que al parecer nos cobró cada palabra de su historia, con una maleta mas grande que lengua de suegra, en medio de la madrugada y una soledad que erizaba los pelos, desde el otro lado del vidrio un anciano soñoliento nos preguntaba que queríamos sin abrirnos la puerta.

Mi intuición femenina me decía que si pasaba mucho tiempo íbamos a ser esquilados por algún ladronzuelo, por lo menos eso ya nos hubiera pasado en nuestra ciudad.

Después de minutos, de gritos y de gestos, casi reventando a llorar el heptagenario se condolió de nuestros temores y abrió.

Caracas resultó un acordeón de impresiones que me llevo y que tal vez con el tiempo pueda catalogar, porque cuando emprendo camino a Cuba, no sé si prefiero encontrarme con personas parecidas o simplemente normales.

Lo cierto es que aun no hemos podido descansar ni hacer funcionar eso de segunda luna de miel porque ni tiempo ni fuerzas tenemos.



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