Esperando al ferry

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Hugo disfruta del viento lacustre y el paisaje que las luces, a ambos lados de la orilla, le ofrece el viajar en el ferrys.

Es un asiduo pasajero, de lunes a sábado, del primero y último que zarpa de los puertos, a las 5 de la mañana y a las 8 de la noche.

Trabaja como vendedor viajero y su camioneta Ford ranchera va repleta de diferentes rubros que distribuye a los pequeños abastos que van desde Palmarejo hasta Lagunillas y uno que otro en Bachaquero o Mene Grande.

Su padre, creador de esa ruta de venta, murió hace dos años y él, como hijo mayor, heredó el negocio que ha dado de comer a su familia y ha servido para levantar a todos ellos.

Por esos azares del destino es el único varón y sus estudios de contabilidad y las jornadas acompañando desde niño a su padre, le dieron la habilidad para tomar las riendas de la casa.

Casi no duerme, es un mal hábito que tomó desde adolescente, en la época en que junto a algunos compañeros de clase se iban con una silla de extensión de lona a estudiar en alguna plaza y en ocasiones a tratar de conquistar a las muchachas que estudiaban con ellos o a quienes las acompañaban.

Recuerda los reproches de su ya difunta abuela y la expresión coloquial que le decía.

-Vais a durar más que los botones de hueso.

Ya a las cuatro de la madrugada está haciendo cola en el muelle de la Ciega junto a decenas de camiones de todo tamaño que se encargan de llevar diferentes mercancías al otro lado y las camionetas del “Panorama” cuyas noticias frescas van de boca en boca entre sus lectores.

El puente sobre el lago está casi listo y dicen que lo inaugurarán el próximo año, por lo que posiblemente desaparecerán los ferrys y será más rápido ir hasta la otra costa.

Cientos de historias se han dicho e inventado sobre los pormenores de su construcción, entre ellas la muerte de muchos obreros y la aparición de sus fantasmas.

Está seguro que si desparecen extrañará el recorrido lacustre, las luces de providencia, los cuentos de los pasajeros, los buchones danzando en cada puerto.

Esa aglomeración urbana donde todos son compañeros y se han hecho amigos, compartiendo incontables veces una hora diría que dura el recorrido.

Hay algo mágico en eso, un lazo que parece recordarles que son gente de agua y que el lago es el cordón umbilical donde están sembradas sus raíces.

En una de las tantas travesías conoció a su novia, estaba absorta mirando las luces de Palmarejo que se alejaban, había algo en ella que le atrajo, no fue su vestimenta ya que llevaba un traje de enfermera.


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-Buenas noches señorita.

La abordó en el pasillo exterior de la nave, lo que podría llamarse el primer piso del ferry llamado “Caracas”.

-Buenas noches – respondió ella, con voz suave y casi inaudible.

Por minutos la acompañó en silencio.

-Yo me llamo Hugo.

Salió del trance tras alejarse las luces de la isla de Providencia.

La noche era oscura, no había salido la luna, por lo que ambas orillas, desde el medio del lago, parecían una enjambre de luciérnagas en celo.

-Me llamo Rosa.

-¿Por qué tan pensativa? ¿Quieres un café?

Lo pensó y respondió:

-Sí.

Fue hasta el cafetín y le llevé uno con leche.

Hablaron hasta llegar casi al puerto.

Le contó que trabajaba en el dispensario de la Shell en Lagunillas, pero que había renunciado ya que le era muy penoso el traslado y comenzaría a hacerlo en la Isla de Providencia, gracias a que una tía que trabaja allí le consiguió la oportunidad.

Su vestimenta se debía a que no le había dado tiempo cambiarse ya que se le hizo tarde.

Su trabajo le dejaba poco tiempo para tener novio, además según ella, no había llegado el indicado.
Ofreció a llevarla a su casa y aceptó.

Vivía por los fondos de la Basílica, a media cuadra del abasto la VOC y mientras recorría en su camioneta el vecindario eso le trajo recuerdos del abuelo que vivió toda su vida en el callejón Pascualito y de su infancia en esa calle, ya que se mudaron a la Urbanización Urdaneta cuando tenía 6 años, dejando al Saladillo.

Ella tenía su misma edad y por esas coincidencias del destino nacieron el mismo día en el hospitalito, tal vez fueron vecinos de cuna.

Comenzaron a verse los domingos, se encontraban en la puerta de la Basílica y tras la misa caminaban hasta la plaza Bolívar, donde se sentaban a conversar, ver las palomas y el andar de una ciudad que respiraba a través de sus costumbres.

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Han pasado dos años de ese encuentro y los preparativos de bodas están en manos de sus hermanas.

Ambos tenían cargas similares, eran el sostén de sus casas, sus padres habían muerto hacía pocos años, solo que ella era única hija y él tenía un batallón de hermanas que terminaron secuestrándosela por ratos.

Eran 7 contra 1, de tal modo que no había manera de ganar esa batalla.

Un año atrás dejó de trabajar en Providencia, la razón que le dio es que no soportaba el abandono en el que se encontraban los leprosos y eso le causaba depresión, ahora trabaja en un horario más cómodo y mejor sueldo en una clínica privada.

Sentado en el capot de su camioneta, lee en Panorama una noticia que le llama la atención “En el cuartel Freites de Barcelona hay un alzamiento militar contra Betancourt”

Apenas tres años atrás Nestor Prato, quien había sido gobernador del Estado, tras la caída de Pérez Jiménez, fue puesto preso en la cárcel modelo, tras ser enjuiciado por la Asamblea Legislativa, en una acción calificada de mediática y dirigida por Gabriel Quintero Luzardo, un año después se fugó y la situación en la ciudad se puso tensa y eran comunes las alcabalas militares y el grupo de estos en el ferrys. Un año después intentaron matar a Betancourt en Caracas.

El grito del cafesero lo saca de la lectura y la historia.

-Dame un negrito.

-¿Queréis unos pastelitos?

Le ofrece un joven con un balde en la mano.

-No.

Se los comerá más tarde en La Rita, almorzará a que los italianos en Cabimas, de regreso se refrescarán en algún coquero en Puerto Escondido y cenará en su casa.

El movimiento del personal del puerto le anuncia que comenzará en pocos minutos la entrada de vehículos al ferry.

Se sienta tras el volante.

Hoy será parte de la tribu del “Cacique” nombre que lleva la nave que lo transportará desde Maracaibo hasta Palmarejo.

 

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