El café de la plaza (Relato)

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El café de la plaza es uno de los establecimientos más viejos de la ciudad, un sitio de tertulias al estilo clásico parisino.

Una locura cosmopolita con un encanto especial y mágico, construido hace muchas décadas por Jean Paúl Leroy, tras emigrar con su familia para el pueblo, una vez concluida la primera gran guerra, donde combatió en el ejército francés.

Cuando lo compró al hijo de un matrimonio de campesinos, ya fallecidos, el lugar era un pequeño puesto de venta de café y especias y el nivel educativo de las personas del lugar apenas llegaba a la primaria.

Tardó meses en ampliarlo y aunque parecía un oasis en medio del desierto verde de los contornos, se convirtió en el lugar preferido de reunión de los habitantes del pueblo y sus alrededores, parada obligatoria de los visitantes y con los años en un lugar turístico en medio de la inmensidad de las montañas, donde los viajeros acompañaron al galo a consumir sus últimos años entre pláticas y cuentos de la guerra y en disertaciones pictóricas plasmadas en lienzos del paisaje y los lugares que su memoria podía recordar de su aldea natal.

Cuando las fuerzas comenzaron a fallarle y la edad de las perdidas arreció llevándose a su esposa, con orgullo sentado en una silla de ruedas vio cómo su hijo Evaristo Leroy mantenía el mismo interés de continuar con la locura paternal a pesar de lo extravagante y poco productivo económicamente del negocio.

Un año antes de irse a acompañar a otros predios a su difunta esposa, la noticia de la construcción de la Universidad en el pueblo le hizo despedirse con una sonrisa en los labios, desde el más allá se daría cuenta que su sueño nada tendría que envidiar a los café parisinos y aunque la plaza donde este se encuentra desapareció con el progreso, las instalaciones de su locura han servido como galería de arte, presentaciones dramáticas, pila bautismal de muchos libros y lugar de encuentro de artistas y bohemios.


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El más representativo de ellos es Xavier Madrid, músico y poeta autodidacta, quien tuvo la osadía de fundar el circulo literario del café, junto a tres jóvenes estudiantes en plena época donde el existencialismo arropaba el mundo con su filosofía nacida a consecuencia de la crisis provocada por las dos guerras, y aunque se confesaba lector de Sastre y Camus, su inspiración era más pragmática y su poesía, como un barco a la deriva en mares tormentosos, sufría los vaivenes de sus estados de ánimo y las vivencias que iban marcando cada minuto de su existir.
Junto a Marcos e Ignacio, han sido por largos años un trío infaltable entre las 7 y 10 de la noche en el lugar.

Siempre a solas, sin carecer de tema para conversar, con diferentes caracteres pero un punto de encuentro en común, el arte en manifestaciones diferentes, Marcos es el gran lector, Ignacio el gurú del teatro y él el poeta loco y eterno casanova.Siempre a solas, sin carecer de tema para conversar, con diferentes caracteres pero un punto de encuentro en común, el arte en manifestaciones diferentes, Marcos es el gran lector, Ignacio el gurú del teatro y él el poeta loco y eterno casanova.

 
 

Extracto del "Capitulo II" de mi novela "El librero"



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