Aprendiendo a vivir (Relato)

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La parada del colectivo se encuentra justo frente al establecimiento donde será su cita.

Un Restaurante típico con asientos y sillas de troncos de árbol, una vieja rocola con discos de 45 rpm y una barra al más rancio estilo llanero.

Posee el lugar dos ambientes, uno al aire libre, con decoraciones artesanales y otro bajo techo y cerrado, con un ambiente algo cosmopolita, pantalla gigante de Televisión y mantelería de seda.

Está lejos de la urbe, en el camino hacia un pueblo típico, visita obligatoria en cualquier tour a la zona, por lo que es difícil toparse con gente de la ciudad allí.

Tiene cinco meses sin visitarlo, el tiempo justo en que no se reúne con su amiga.

Le gusta sentarse cerca de la falda de la montaña, en las mesas que se encuentran más apartadas de la entrada, comer alguna ensalada y aunque la especialidad del sitio son las carnes a la brasa, prefiere el pescado.

Está nerviosa, últimamente sus inspiraciones pasan un periodo post menstrual y la creatividad juega a las escondidas.

Las últimas dos semanas han sido de lectura, de escribir algún pensa¬miento raro en su cuaderno de notas, que hace las veces de diario, ya que odia a estos y de escuchar las clases que se le han hecho largas.

Sentada en un banco de la plaza, en sus ratos libres, se ha dado a la tarea de detallar las costumbres de los estudiantes que asisten a la Universidad de acuerdo a la carrera que estudian.

Los de psicología tienden a ser muy frescos en su aspecto... en su forma de vestir... Los de sistemas parecen tener una calculadora como extensión de su mano, son bulliciosos e insoportables. Los de periodismo parecen camiones cargados de papeles todo el día. Los de arte, a quienes se consigue en los salones donde escucha las clases, son extrañamente tan diferentes a ella que hasta duda que sean reales. Es como si vivieran en una cofradía... se la pasan en la contra¬dicción de querer ser distintos y libres y resulta que necesitan estar juntos... porque a la final todos... hasta el más existencialista necesita sentirse aceptado y pertenecer a algún lugar. La mayoría fuma marihuana y odian todo lo que signifique nueva era.

Con el tiempo su visión de la sociedad ha ido cambiando, se ha ido dando cuenta que esta es la máxima expresión del nihilismo, donde la gente entupida, quienes resultan ser los dominantes, intentan pisotear, subyugar y humillar a la gente que justifica que el mundo no se acabará nuevamente mediante un diluvio, que al final son los poderosos de verdad, ya que utilizan su pasividad y carisma para manejarlo todo, incluso a los primeros que creen llevar el control.

-¡Buenas tardes! ¿Desea algo para tomar?


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Se da cuenta que son pasadas las doce del mediodía.

-Un Jugo de Toronja.

El mesero la mira extrañado, como casi todos que asocian el agrio de la fruta con el placer de tomar esa bebida como refresco.

-¿El menú?

-No, espero a alguien.

Recuerda como si acabara de suceder lo que escribió en su libro de notas, esa noche cuando estrenó una forma sencilla de hacer catarsis a través de sus ideas, el fluir de estas pueden ser propias del humano solitario, lúgubre y poco soñador. "La resistencia innata tiene un límite al igual que la vida, solo cuan¬do aprendemos a manejar ese punto estamos en la madurez intelectual justa para decir no a lo que todos dicen si"

Puede sonar a estereotipo.

Recuerda el sermón de la psiquiatra cuando le dieron de alta en el hospital, la cara de preocupación de la única persona que hasta ahora, sin conocerla en aquel momento, ha sacrificado algo por ella, dándole abrigo, vivienda y valor para continuar.

"Los sentimientos no se acaban, se transforman en vivencias y experiencias."

Huyó de su casa con su primer y único novio ante la negativa de sus padres de aceptarlo, por divergencias religiosas.

-No puedes tener un novio mundano.

A pesar de ser la única hija, el fanatismo los llevó a repudiarla y ella terminó castigándolos poniendo muchos kilómetros por medio junto a él, tras salir de la secundaria.

Pero la luna de miel duró pocos meses y un día despertó sola, en una habitación de hotel de tercera, con una carta tan corta, propia de un epitafio: "Lo siento, espero que seas feliz con otro"

El mundo se acabó, se le secaron las lágrimas de tanto llorar y la muerte fue la única salida que encontró.

Pero hasta esta la abandonó.

Hoy no está arrepentida pero está convencida que nunca volverá a pasar.

De todas formas Dios no mandó un manual donde diga cómo ser mujer, ni cómo evitar los errores, nadie enseña a nadie a amar, ni a odiar, ni a olvidar, ni aceptar derrotas, al fin y al cabo somos solo seres humanos que se pasan la vida aprendiendo a vivir, buscando siempre algo, una razón por la cual luchar.

 
 

Extracto del Capitulo V de mi novela "El librero"



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