Abdullah (Cuento)

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La sirena con su ruido agudo penetra la noche y la tranquilidad de las casas en sus dormitorios, perforando los sueños y sobresaltando a sus habitantes.

Abdullah, con el fastidio con el cual se ha arropado los últimos meses, es tal vez uno de los primeros en escucharla.

Se levanta ágilmente para sus años y despierta al resto de su familia que la conforman, esposa y 3 niños de 4, 6 y 8 años, quienes en minutos están listos, dado que como se ha hecho costumbre duermen con vestimentas de calle.

La puerta que conduce al patio del fondo de la vivienda los conduce a la madriguera primitiva donde se refugian intentando sobrevivir ante los ataques feroces de los misiles que llueven desde el cielo lanzados por aviones ultra modernos.

Meses de excavación con la ayuda de su esposa y ante la mirada interrogante de sus pequeños le ha costado este bunker, que calma a su familia pero que bien sabe él será insuficiente a la hora de que algunos de esos artefactos exploten cerca, pero el silencio ante la verdad que le produce taquicardias es mejor que el pánico de todos.

Los silbidos y las explosiones en poco tiempo son el manto que cubre los alrededores.

Afuera la noche poco estrellada va oliendo a pólvora, metal y oxido.

Adentro del hoyo habitación, iluminado por una lámpara que consume aceite y ventilada rústicamente por unos huecos que van a la superficie, su esposa reza y los niños medio dormidos tiemblan ante el peligro que los acecha.

Muy imperceptiblemente él también siente sus músculos palpitar ante la elevación gradual de la adrenalina y su cerebro discurre en la búsqueda de alguna explicación lógica para todo lo que les ocurre a todos, tanto afuera como en el otro bando.

Sabe que son simples desechos entre la telaraña que los envuelve, hojas que deben soportar las furias de la naturaleza o la misericordia de los semejantes.

Se ha cansado de luchas vanas y de revoluciones mediocres que solo traen miserias.

Sus manos encallecidas del arado y sus músculos curtidos del sol inclemente ya no son presas del fanatismo que los ha llevado al hambre y la miseria.


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Su viejo fusil solo disparará para defender su vida y la de los suyos.

Su guerra tiene ahora forma de casa y esencia de niños.

Prefiere ser un desecho y no un peón que coloca su pecho para que otros terminen sacando el mejor provecho.

Hoy se pelean por la religión, mañana por la tierra y después por los ideales.

Los motivos existirán siempre porque se inventan a diario.

¿Cuántos de esos inventores toman un arma para pelear?

¿Cuántos de esos alquimistas de la guerra envían a sus hijos a morir en el horror de una trinchera, o en el infierno que crean?

¿Quiénes resultan vencedores o vencidos? ¿Los vivos o los muertos?

En sus años mozos se inventaba maneras para rebelarse, formas para orar y matar al mismo tiempo, valor del miedo a que el ultimo día corre a la vuelta de la esquina y al final solo terminó siendo una marioneta en el circo de los gobernantes de turno.

Karim, viejo combatiente y amigo, llegó a su casa, con el viejo fusil de combatiente y le invitó.

-Vamonos a la guerra, no debemos permitir este atropello.

Su esposa con rostro de preocupación le miró de reojo.

-Están reclutando a los viejos combatientes.

Como si eso le trajera tan buenos recuerdos.

En esos viejos combates perdió a su padre y a 3 de sus hermanos.

Abandonó a su esposa de la juventud y perdió su primogénito, destrozado por una mina en brazos de su madre.

Tuvo que vivir prófugo durante años, mientras la revolución cambiaba de manos, cada vez peores a las anteriores.

La muerte le abrazaba e inyectaba los ojos de sangre.

Los animales fueron más felices que los soldados de la patria.

¡Y todavía su amigo clama por viejos tiempos!

Los nuevos tampoco han sido buenos pero le han traído el reposo al guerrero.

Una mujer que le valora sin necesidad de que sea un mercenario ni un soldado.

Tres hijos que espera educar sin el odio de la guerra.

-Lo siento amigo, te deseo suerte, pero ya no estoy para eso.

-Vamos hombre, siempre fuiste el mejor.

-Fui, tú lo dices, ya no lo soy.

Un abrazo de hermano con lagrimas en los ojos fue su despedida.

Un suspiro de alivio, el premio de su esposa.


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Esa noche oró por su amigo, mientras un trago de licor resbalaba por su garganta y apretujaba entre sus brazos el cuerpo de su hijo mayor.

Una semana después, mientras caminaba por el mercado, alguien le contó el triste fin que le esperó a su amigo.

Una bomba le destrozó mientras intentaba refugiarse en uno de los túneles de la montaña.

En su casa lloró como hacía tiempo no lloraba.

Su esposa le consoló elevando una plegaria al cielo por su descanso eterno.

Sin proponérselo Karim había escogido su final y desde el lugar donde ha ido está contento.

Se mueve con dificultad en el estrecho espacio y se encuentra con los ojos de su esposa.

Esos ojos misteriosos que le han dado luz por una década.

Fue lo primero que vio de ella aquella noche cuando la conoció en uno de los pueblos limítrofes del sur.

Su estado de embriaguez era tan alto que solo recuerda que ella le preguntó:

-¿Se encuentra bien, señor?

Su respuesta no llegó y al despertar se consiguió en una cama extraña.

Se disculpó al despertarse y se marchó con pena.

Pero el destino, persistente como nadie, terminó por unirlos, hasta la fecha.

-Ya pronto pasará. -Le dice intentando calmarla.

Ella asiente con la cabeza.

Cuando termine la guerra. ¿Terminará? Tomará sus maletas y se marchará lejos, hasta donde las fuerzas le acompañen, rumbo al sur, y allí con sus manos plantará la tierra que le hará olvidar estos momentos.

Y volverá a nacer Abdullah, pero con nuevo semblante, sordo ante el llamado a la guerra.

Y como buen pastor que cuida los rebaños intentará que sus ovejas tomen caminos que le aparten de la furia de los tiempos que solo buscan el exterminio como meta.

Esa noche la tierra es estremecida como nunca por los obuses asesinos que le perforan y producen heridas que el tiempo nunca curará.

Su vigilia es vencida por Morfeo y los rayos del sol le despiertan.

Su familia aún duerme, exhausta por el temor.

Afuera todo es calma.

Nace un nuevo día.

¿Cuántos verá nacer?

Se pregunta cada mañana pero no existen respuestas.

Solo Alá conoce el destino de todos.

Espera que al suyo aún le quede tiempo.

 
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