No estaba muy segura a pesar de saber que todo resultó ser cierto, ya no era llorar lo que necesitaba ahora sus sentimientos se encontraban frente a un abismo y estaba dispuesta a hundirse con ellos
Fue hasta el espejo para buscar su rostro, ahí lo encontró, se veía feliz, esa sonrisa que mostraba no le gustó, se estaba burlando de ella.
—Te vi salir, —le dijo.
—¿Y qué querías? ¿Qué me quedara aquí?
Aguantó el llanto para no desesperarse.
—¿Por qué lo hiciste?
—No hice nada.
—Ahora eres inocente, pero mis noches de insomnio, ¿Quién las paga? ¡crees que soy estúpida!
Ella escuchó cuando la puerta se cerró estrepitosamente.
—Te voy a esperar, ya verás de lo que soy capaz... ¿sigues aquí?
Su reflejo forcejeaba, él la agarró por los brazos y la tiró sobre la cama.
—¡Tienes que calmarte! ¡no sé qué te pasa!
—¡Infeliz!
Abrió una de sus gavetas y ahí estaba, lo había guardado para esta ocasión, era su puñal favorito.
—Mejor me voy, no aguanto esta situación.
—¡No te iras! ¡No!
Se abalanzó y vio el brillo cruzar por el espejo, vio la sangre saltar, escuchó su último grito y sonrió.
—Pagaste lo que me hiciste, ¡no puede ser!…
Salió corriendo y buscó una toalla para limpiar el espejo y allí estaba, se reía y le decía adiós con la mano en el aire. Presa de la rabia golpeo el espejo que salto en pedazos y gritó, gritó porque ahora su risa estaba esparcida por todos lados.