Un paseo por la Soria Mágica: Ucero y el viejo castillo templario

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Vista general del castillo de Ucero

Puede que la Historia, rígida mientras los documentos no demuestren lo contrario, no lo termine de admitir nunca, pero si uno se toma la molestia de hablar con los viejos del pueblo señalando hacia esas singulares ruinas de terrorífico aspecto que se alzan como un halcón malherido en la cima de la colina, obtendrá siempre la misma respuesta: es el viejo castillo de los caballeros templarios.

Panorámica del pueblo de Ucero

E insistiendo en una conversación, que lejos de resultar intrascendente, se convierte, por el contrario, en un sugestivo mano a mano con las fuentes populares de la Tradición, el investigador curioso no tardará en darse cuenta de que está en el corazón de uno de los entornos más misteriosos de lo que bien podría calificarse como la Soria Mágica.

Defensas desmochadas

Ucero, no es un enclave mágico porque sea un pueblo más grande o más pequeño que otros; tampoco porque sea más o menos bonito que los demás o simplemente porque sus habitantes sean menos introspectivos que el resto y no permanezcan atrincherados detrás de las ventanas de sus casas esperando que el forastero tome la determinación de volverse por donde ha venido, malherido por el vacío y el aburrimiento.

Viejos torreones todavía en pie

Ucero es un enclave mágico, porque está situado a la vera de uno de los accidentes naturales más imponentes, fantásticos y misteriosos de la pintoresca orografía de una tierra, la Península Ibérica, que no sin razón y sí con la llamada bienintencionada de sus ancestrales genes, algunos todavía insisten en calificar como la España de Gárgoris y Habidis.

Ménsulas y gárgolas

Parte de la magia de Ucero, reside también, en el detalle, ciertamente importante, de que sus habitantes, aún malheridos o afectados por las mismas ansias de modernidad de un mundo que desprecia el verdadero encanto de los efectos merlinianos de Meliés por los trucos surtidos de la magia de Internet y la movilidad de los teléfonos, todavía conserva, con respeto y animosidad, las ancestrales tradiciones de sus antepasados, que para todo pueblo, es el orgullo y la esencia de sus raíces.

Muros que todavía aguantan

Y parte de esa tradición, de esa herencia cultural de los habitantes de Ucero, insiste en situar en este lugar, donde hoy el viento se cuela con dinámica solidaridad entre los infinitos huecos dejados por unos cantos de mampostería que misteriosamente fueron a engrosar los muros vecinales de los pueblos de alrededor, la presencia de unos herméticos caballeros, los templarios, cuyo avizor rostro no desviaba nunca la vista de la entrada con forma de embudo de ese lugar, conocido con el sugestivo nombre de Cañón del Río Lobos, en cuyo inextricable interior, sus hermanos habían levantado –diríase que como el paraíso sirio del Viejo de la Montaña- una de las ermitas más esotéricas y desconcertantes del mundo: la de San Bartolomé.

La torre del homenaje

Fuera o no este castillo, así como las viejas ruinas aledañas, parte de ese misterioso convento templario que las crónicas medievales citan con el nombre de San Juan de Otero, lo cierto es que una excursión por este enclave, plagado de túneles, cegados por precaución, que desembocan en las orillas del río de igual nombre del pueblo y que discurre pacíficamente al pie de la ladera, no deja de ser el metafórico billete de invitación para participar en toda una aventura, donde a la magia de los enigmas no resueltos del pasado, debe añadirse el encanto de disfrutar de una de las más hermosas perspectivas.

El tórrido sol parece incendiar el campo, amenazando al pueblo

Y siempre, además, con la posibilidad de poder continuar la ensoñación unos kilómetros más adelante, en ese insuperable Parque Natural, que a nadie dejará indiferente, que es el mencionado Cañón del Río Lobos.

Investigando en los túneles

AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.

La torre del homenaje todavía resiste los embites del tiempo y la avidez humana

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