La señora Amanda - Relato corto

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Al final de la calle vivía la señora Amanda. Era una calle cerrada, y al frente de su casa se acumulaba mucha maleza en las cunetas. Parecía una casa abandonada. Hay que entender que la señora Amanda era de la tercera edad y que no tenía nadie que la ayudara a mantener la casa ni a limpiar la calle como hacemos todos los vecinos de tanto en tanto. Algunos años atrás unas personas de otras calles cercanas quisieron convertir su esquina en el punto de recolección de la basura. Sucedió que un día salió a pelear con las personas. Unos días después de eso algunos vecinos se enfermaron de forma extraña y en particular falleció Manuel, el señor de la bodega, quien fue el único que se atrevió a insultar a la señora Amanda sin ninguna razón ni motivo.

Hace unas semanas se mudó, a dos casas de la nuestra, Carolina y Jesús. Ellos tienen dos hijo, Sara y Mateo, que era contemporáneos con los míos, Teresa y Marcos. Cosa que nos pareció magnífico, porque aquí los muchachos son mayores y andan en otro mundo y no queríamos que nuestros hijos jugaran con ellos, así que pasaban la mayor parte del tiempo encerrados en casa después de clases. Esa misma semana se hicieron amigos, y nosotros no dudamos en abrirle las puertas de la casa. Carolina era una niña muy dulce e inteligente, tenía gustos muy distintos a los de Teresa, pero eso no fue un impedimento para ellas, más bien eso les hacía hablar más que unos loros. Marcos y Mateo en cambio eran iguales en cuanto a carácter y pasaban la mayor parte sin hablar, jugaban al pc o al PlayStation y solo expresaban pequeñas frases de disgustos por cosas que pasaba en le juego. Era algo extraño, ellos se entendían de tal manera que no hacía falta hablar, era como si fuesen hermanos gemelos. Eso sí, juntar a los cuatro era como someterse a la infinidad de la curiosidad, siempre tenían preguntas que hacer sobre cosas que nunca había pensado antes. Había un día que querían hablar del universo, otro de plantas y animales, otro de tecnología, otro día era la moda. Era un tema diferente cada día. A veces no teníamos respuestas para ellos y esos les molestaba.

Un día en particular vinieron con el cuento de la brujería y de la señora Amanda. Alguien les había comentado que la señora Amanda era una bruja, le echaron el cuento de Manuel, el señor de la bodega. Nosotros intentamos pasar de largo el tema, fue casi imposible, insistieron por varios días hasta que pensamos que se habían calmado. Y no nos quisimos preocupar por eso dándole una importancia como si fuese el fin del mundo. Lo que sucedía es que ni mi esposa y yo sabía realmente que era lo que había pasado con la señora Amanda y Manuel. Los rumores eran cosas de aquellos que padecieron alguna enfermedad después de lo ocurrido. Sin embargo, este cuento despertó algo más que la curiosidad en los niños. Nos percatamos que comenzaron a usar las bicicletas y las patinetas, así que pasaban más tiempo en la calle que en la casa. Y en especial cerca de la casa de la señora Amanda. La excusa era que los demás muchachos de la zona no se acercaban a molestarlos porque le tenían miedo a la señora Amanda. Nosotros no vimos nada malo en eso. Era mejor mantenerlos lejos de esos muchachos.

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Una tarde, Mateo y Marcos, jugando con el balón terminaron rompiendo una ventana de la casa de la señora. Yo fui a arreglarle la ventana. No hubo mayor problema. La señora muy amablemente entendió lo sucedido y me dejó arreglarle la ventana. Ella fue tan amable y cordial que no sospeché de nada raro. Además, a Mateo y Marco no les pasó nada como a las otras personas. La señora Amanda unos días después comenzó a invitarlos a pasar y a tomar agua o jugo. Fue un día donde hacía mucho calor. Los niños nos contaron que entraron a la casa y que tenía cosas muy extrañas: plumas de gallo, polvos de colores en los marcos de las puertas y regado en el suelo en algunas zonas, que había olores extraños para ellos. Eso me pareció sospechoso, porque yo no vi nada de eso el día que arreglé la ventana. Por un momento pensamos que eran cosas inventadas, cosas que sus mentes creaban para justificar los rumores. No quisimos prohibirles nada, así que solo le dijimos que tuvieran cuidado.

Ayer salieron a jugar, hacía mucho calor, pero eso no los detuvo. Intentamos que se quedaran en casa, fue imposible. De la nada calló un palo de agua y no volvieron. En plena lluvia salí a buscarlos, pero no los encontré por ningún lado. El último lugar donde fui era la casa de la señora Amanda. Toqué un buen rato la puerta y con mucha fuerza. Cuando me di por vencido y le di la espalda a la puerta, sentí que alguien abría. Fue un ligero escalofrío. La puerta estaba abierta y no había nadie. Entré, todo se veía exactamente igual que la vez que arreglé la ventana. Llamé desde la puerta a la señora Amanda. Había algo que me agitaba el pecho, que me tenía intrigado, así que di un paso a la derecha, donde estaba la sala.


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Un cuento que, aunque inconcluso, construye una historia de elementos sumamente atrayentes por la tensión y el misterio que propician. Los personajes en juego están muy bien presentados, con la necesaria reticencia en torno a la señora Amanda. Esperamos su continuación y final. Saludos, @spavan697.

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