Retrato a un trasero

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Donde la espalda pierde su nombre y el deseo zozobra, embarcadero travestido que obnubila, engatusa, enmaraña y nos confunde. Que agita su bandera al son de unas maracas, o por el contrario, el de una tranquila guitarra, en un baile desprovisto de etiquetas.

Ojos que se pierden tras su danza, esquivando el fuego que trasluce en cada movimiento, en cada contoneo, para así congratularse con esa mirada que le persigue, y a la que no se resiste. Acariciando el aire que a su paso despliega como alas de mariposa, sobre un oloroso jazmín en noche de verano.

Mil formas tienes, todas y cada una de ellas denotan hermosura y sensualidad; Caballeros y arrogantes, bien pertrechados en esa armadura, símbolo de una excusa, que ni la mirada más aviesa es capaz de adivinar, y al mismo tiempo no cesa en su deseo de poderlo atisbar, cuando en un pequeño descuido una mano traviesa y juguetona decide hacerle un quiebro y por ende un saludo. Siendo recibido con una pícara sonrisa, invitándole a morar por unos instantes en ése mundo donde la intensidad no tienes limites, ni patrones que marquen reglas.

Orondos y desparramados, sin sentido ni cálculo, que a golpe de banalidad se dejan ver en tardes bulliciosas, donde las risas se mezclan con olores de rancios cafés y cigarrillos difuminando su humo, disipando los pocos rayos de sol que aún se le escapa a la tarde.

Tranquilos reposan, sin pena ni gloria, sin esperar el quejido de un cante que les arranque de su posición, al mismo tiempo paradójicamente, deseando que esto suceda. Qué de alguna manera se rompa ése tedio que aglutina la atmósfera, y el humo que se malogra tras esa calada, se avive en aras de ese ardor tantas veces añorado.

Redondos , respingones, endulzados en almíbar, gustosos a cualquier paladar; perdidos en mil fantasías, anhelo de emociones, sueño de poder dormitar sobre la tersura de sus formas, esbozando cada pliegue que los sustenta, que les da hechura . Alimento de pasión y locura, oasis lujurioso hallado a medio camino entre inocuas partes de un cuerpo, que aún formando un todo, no compactan en la misma manera que lo hace Él.

Blancos, negros, tersos aunando codicias y ambiciones, que se dejan compartir con otros semejantes o al contrario buscan esa diferencia que les hará únicos y deseados, pero que el roce de una caricia al entornar los ojos nunca será capaz de adivinar.

Desnudez encumbrada en la cima de tu montaña, donde el golpe seco de un cuerpo enciende y apaga tu llama, para así y de una manera sublime robarle un trozo de aliento a la vida.

Todos absolutamente todos, con sus hechuras y disformas se pliegan y repliegan en ese alarde por conquistar esa mirada voraz por descubrir, lo que ya sus ojos vislumbran en la oscuridad de su mente, que a medio camino entre el freno y el desenfreno pide un reposo del que está seguro no va a ser negado.



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