El profesor de música

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No la forzó como había pensado que haría. Su movimiento fue suave, delicado, protector pero firme.

Lo sintió deslizándose dentro de ella poco a poco. Tuvo que llevarse las manos a la boca para sofocar un grito que amenazaba con delatarlos.

Fuera del salón, al otro lado de las ventanas de vidrio rugoso, pasó alguien por el pasillo, deslizándose delante de ella como un fantasma o un animal salvaje al que no se quiere alertar. Apretó con más fuerza las manos contra su rostro, sin dejar de sentir el movimiento del profesor de musica contra ella. Cuando la figura borrosa se acercó a la puerta, ella supo que era el final, los descubrirían, a ella la expulsarían, y él perdería su empleo.

Pasaron algunos instantes, la puerta no se abrió, nadie los descubrió y ellos continuaron con sus asuntos.

Ella relajó un poco las manos de su rostro y las apoyó contra la caoba oscura del piano bajo ella. Sentía la madera fría contra su torso desnudo, acariciándola con el lento vaivén que ella no podía controlar. El cuerpo de él era caliente, suave y firme. Lo miró por sobre el hombro, sin poder moverse demasiado por la fuerza implacable que la sometía, empujando en medio de su espalda.

—Van a descubrirnos —jadeó un susurro. Su voz le sonó extraña, era la primera vez que la escuchaba de esa forma, tan ansiosa, tan excitada—, será mejor que te detengas.

No quería hacerlo, desde el principio le había parecido muy mala idea. Mala y excitante, la mejor combinación. No se dio cuenta, pero su expresión estaba cargada de una inocencia que logró calentarlo más. Sus ojos llorosos y sus mejillas enrojecidas fueron un motivo mayor para no detenerse.

Cuando la clase de música había finalizado, ella, quiso quedarse un momento más, tomar valor del éter que la rodeaba y confesarle la admiración que sentía por él.
Se había tomado demasiado tiempo en guardar sus cosas, se hizo la torpe, tiró algunos de sus lápices al piso y los levantó despacio, sin doblar las rodillas, de espaldas al profesor.

Por alguna razón que no pudo explicar la falda de ella dejaba ver gran parte de sus muslos, podía ver gran parte de su piel, firme, suave, juvenil.

—Apresúrate, ya es tarde —le dijo, tendiéndole uno de los lápices que ella había tirado—, no querrás quedarte sola en el colegio.

Ella tomó el lápiz de la mano de su profesor, rozando delicadamente los dedos de éste al quitar el lápiz de su mano. Lo miró con el rostro agachado, insinuante.

—No estaré sola —le dijo coqueta, colocando su mano sobre el brazo de este —, estaré contigo, ¿cierto?

Se apartó un momento, aterrado por la lujuria que acababa de descubrir en la mirada de su alumna.

No entendió su reacción de momento, no podía ser que una chiquilla menor que él lo intimidara de esa forma. Por otro lado, era plenamente consciente que no debía mirar con deseo a la joven, aunque mayor de edad, era su alumna y cualquier acercamiento podría significar el final de su carrera.

—S-sí, por supuesto —dijo y avanzó hacia donde estaban sus cosas, pasando a un lado de ella—, te acompaño a la salida.

Ella lo tomó del brazo y lo hizo girar hacia ella. El movimiento fue tan repentino e impulsivo, que ella dio un paso hacia él y sus cuerpos quedaron muy cerca, a nada de tocarse.

Su calor acariciaba su piel como un embrujo que pretendía someterlo invisiblemente. La chica era casi 20 centímetros más pequeña que él, sus miradas se cruzaron en una línea ascendente.

Pudo apreciar lo linda que era, sus ojos oscuros le regalaban un reflejo irreal de sí mismo. Sus labios rosas, cubiertos por una delgada capa de labial humectante lo incitaron un poco más. Sin darse cuenta, la tomó de los hombros y se inclinó lentamente hacia delante.

Ella cerró los ojos, preparándose para ese primer beso que había ansiado durante mucho tiempo.

—Basta —replicó él, con la voz grave, autoritaria—, no sé a qué estás jugando, pero deja de hacerlo.

—¿Por qué? —Cuestionó ella, mirándolo de medio lado, sin cambiar su actitud seductora—, ¿acaso me tienes miedo?

—¿De qué exactamente…?

Sus palabras fueron silenciadas por la mano pequeña de ella, la cual se posó contra el bulto en crecimiento entre sus piernas. Lo presionó un poco, provocando que éste se pusiera un poco más tieso.

—Tú boca dice que no, pero tu cuerpo…

En esta ocasión, fue él quien silenció las palabras de la chica. Acercó de pronto su rostro al de ella y la besó. La tomó por sorpresas y sólo después de un par de segundos ella supo lo que estaba sucediendo.

—Sólo espero que no te arrepientas de esto —musitó él, separando sus labios apenas unos milímetros.

—No lo haré, de verdad lo deseo —gimió ella.

La tomó de los hombros y la proyectó contra el piano detrás de él, haciendo que se inclinara contra éste. Se colocó detrás de ella y dejó que sus manos le recorrieran los muslos, subiendo su falda un poco, hasta descubrir sus bragas blancas.

Las manos continuaron su camino por los costados del cuerpo de la chica y subieron hasta su blusa. Acarició levemente los senos y siguió hasta su cuello. Dejó que las puntas de los dedos se deslizaran por su piel caliente y bajaran hasta el primer botón de la blusa.

Lo desabrochó con la maestría de sus dedos musicales. Después de unos instantes, ella tenía los pechos descubiertos, aprisionados apenas por la tela de encaje de su sostén.

La chica podía sentir cómo el bulto entre sus nalgas crecía con cada movimiento de las manos del hombre. Él se mecía detrás de ella levemente, proyectando su excitación contra ella, calentando a la chica cada vez más.

—Hazlo ya —urgió ella, con la voz entrecortada—, no tenemos mucho tiempo.

Mientras se desabrochaba el pantalón y dejaba su miembro enhiesto al descubierto, ella levantó su falda y dejó que sus bragas cayeran hasta sus tobillos. Se descubrió más húmeda de lo que esperaba. Por sobre el hombro, le dedicó una mirada expectante a su profesor de música.

Él sonrió de vuelta y colocó sus manos en el trasero de la chica. Acercó su pelvis a ella y se deslizó en su interior suavemente. El cuerpo de la chica oponía un poco de resistencia, pero lo recibía gustosa. La penetró sin darse cuenta de la presencia del director fuera del aula, se meció lentamente primero, luego aumentó su ritmo. Jadeó un poco más fuerte de lo que pretendía y levantó la mirada, justo cuando el director había pasado. Tragó saliva, un poco aliviado por la efímera privacidad de la que les proveía el cristal rugoso.

Ella trató de apoyarse contra la madera fina del piano, no obstante, el sudor de sus manos la hacía resbalarse y al final optó por dejarse estar. Disfrutó de las embestidas de su profesor de música y se entregó por completo al placer de aquel acto prohibido.



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