Una historia extraña en mi ciudad

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Era hermosa la señora. Era alta y poseía una figura estilizada y esbelta; unos 35 años debería tener.

Con su marido hacían una pareja de telenovela que causaba la envidia de mucha gente en el barrio! Y que elegante vestían!

Vivían en la misma calle donde mi familia había vivido toda la vida junto a mis abuelos. Era una vivienda con un estilo arquitectónico diseñado especialmente para la naciente clase media de la década de los treinta, conformada mayoritariamente por los empleados públicos del aparato civil del estado.

De hecho, mis abuelos paternos y maternos eran profesores normalistas y mis padres continuaron con la tradición, egresando del instituto Pedagógico.

Estábamos en los tiempos que el estado se hacía cargo de la educación pública de la mayoría de la población.

Bellas y cómodas eran las casas, teniendo un corredor central embaldosado finamente que hacía la vez de patio.

Siempre estuve intrigado en que trabajaba ese matrimonio.

Llevaban un nivel de gastos fuera de lo común; viajaban permanentemente al sur del país por largas temporadas, dejando al cuidado de su único hijo a la madre de ella que vivía cinco calles más abajo.

Cuando estaban en la ciudad, organizaban ostentosas y ruidosas fiestas hasta muy de madrugada donde el licor se bebía en abundancia y más de algunas vez se escuchaban fuertes discusiones que terminaban en una riña callejera.

Era ya habitual que después de estas fiestas ella terminara con su cara hinchada y con signos de haber sido golpeada y él desaparecía por semanas enteras; luego todo volvía a la normalidad y continuaban los viajes.

En 1965 la desgracia cruzó la vida de ese matrimonio y del hijo de ambos.

Un fin de semana del mes de septiembre no estuvieron en su casa. Se supo después con el tiempo, que habían sido invitados a un matrimonio en otra ciudad.

No se sabe si fue un acto premeditado o no, pero se olvidaron del niño que tenía solo 8 años, y lo dejaron solo en la casa. Tres días pasó solo el niño.

Siendo ya el día lunes ya bien entrada la noche, se empezaron a escuchar gritos desgarradores, acompañados con un llanto que no tenía consuelo.

Todavía resuenan en mi mente, aun cuando estoy a punto de cumplir setenta años esas imágenes imborrables de ese llanto y gritos transformados en imágenes.

El día martes ya no se escuchaba nada. Toda la gente lugar pensaba que los padres del niño habían retornado a su casa.

Un fuerte olor a gas dio la alerta a un vecino que llamó a la policía.

Al forzar la puerta para entrar a la casa se encontraron que el niño se había suicidado… su cabeza estaba metida dentro del horno… de sus padres nunca más se supo de su paradero.

Más nunca nadie ocupó esa casa.



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