Despedida desde la Eternidad

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Despedida desde la Eternidad

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Imagen de DarkWorkX en Pixabay

Esa mañana iba en el bus como siempre a su trabajo, cuando sintió que alguien le hacía señas desde la parada donde el bus recogía pasajeros. Era ella. Apenas tuvo tiempo de saludarla, cuando el bus arrancó y le fue imposible detenerlo para bajarse y restablecer una comunicación perdida desde mucho tiempo atrás. La impresión de verla le generó una profunda inquietud. Todo un universo se había instalado entre ellos después de verla por última vez, cuando creyó estar preparado para una separación que después se hizo más que dolorosa.

En el trabajo todo se le trastornó. Por más que lo intentaba no lograba concentrarse en sus tareas, y estuvo a punto de cometer varios errores fatales, así que decidió tomarse la tarde y se fue a un parque cercano donde podía estar solo, y entregarse a sus recuerdos.

No era fácil desenmarañar su memoria para deslindar lo verdadero de lo imaginado, porque aquellos fueron unos días confusos, llenos de ofensas de parte y parte, de pasión y de dolor, de reconocimiento y negación de lo que cada uno representaba para el otro, y sobre todo de agotamiento, de no poder retomar el control de la relación y actuar, más que sentir, un grado de indiferencia que ninguno era capaz de evitar, para recomponer un idilio que se presentía como definitivamente perdido.

Por eso sentía aquel desorden interno. El poder de un afecto en apariencia extirpado, recobraba toda su fuerza y presionaba desde adentro, arrancando las memorias como si estuvieran pegadas de la piel. La respiración se hacía entrecortada, las piernas temblorosas, la voz enronquecida y las manos sudorosas, como drenando la angustia para no pensar lo inevitable. ¿Y si está casada? ¿Y si estaba de paso por la ciudad y se iba otra vez para siempre? ¿Cómo hacerle saber que todos los días pasaba más o menos a la misma hora por la esa ruta?

Entró a un cafetín y tomó varios cafés bien cargados, para aminorar el desconcierto en que se encontraba. Ya no estaba seguro de que fuera ella; pudo haber funcionado la imaginación y ver en un rostro parecido los rasgos de la mujer que más cerca estuvo de su alma, la que nunca había podido olvidar por haber compartido todas las pasiones juntas y todos los sentimientos que generan dos soledades que se encuentran como por un destino. Era posible. No tenía ningún testigo que pudiera corroborar aquel encuentro tan fugaz. Y si fuera cierto sin ninguna duda que se trataba de ella, quedaba la pregunta de ¿qué estaba haciendo en ese sitio donde la había visto?

Al salir del café recordó que tenía un amigo común que posiblemente sabría algo que él no sabía y podría darle una pista.

No era difícil presentarse a su estudio. Una vez aquél amigo le pidió que le diera para interpretarla, una sonata para piano que compuso después que ella y él disolvieron la relación. Los años habían pasado, pero cada vez que se encontraban le insistía en que se la diera, pero nunca quiso, por no escuchar después unas notas que hablaban claramente de su desarraigo.

Al amigo le pareció extraña aquella visita a esa hora de la noche, y más todavía al verlo con la partitura en la mano. Vengo a dártela -le dijo- no vale la pena que se vaya a extraviar habiendo alguien que la aprecia del modo que tú lo haces. Además, ya no siento lo mismo que en aquellos tiempos, cuando la compuse.

De verdad te agradezco la trajeras. Siempre consideré una pena que se perdiera una de tus mejores obras. Pocas composiciones nacen de esa región misteriosa del alma, que entrega su lenguaje a los que la misma alma escoge para manifestarse -le respondió-.

Fueron a la cocina a preparar un café, y sin poder evitarlo fijó la mirada en unas figuras que había comprado con ella en un pueblo exótico, cerca de Estambul. Un sentimiento de lejanía le oprimió el pecho, al no saber qué hacían aquellas figuras en esa cocina, pero el amigo músico, al ver que no apartaba la mirada de las estatuillas, se adelantó a preguntarle, -¿recuerdas cuando las trajiste y me las diste porque ya para ti carecían de todo valor? -Sí, claro- mintió desconcertado, porque en verdad no tenía ni idea de cuando pudo haber sido ese momento.

Le dio detalles de la tienda donde la habían comprado, y de lo difícil que les resultó convencer al turco de que se las diera por un precio más bajo, porque en el momento no tenían efectivo, y no querían irse sin comprarla, como un recuerdo de los días más plenos que la vida les entregara gratuitamente, y de cómo pensaba que su vida siempre sería de la misma forma, con esa alegría inocente, que los unía.

El amigo empezó a interpretar la sonata, y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano, para mantener la apariencia de serenidad con que llegó. Su propósito era lograr información sobre ella, y si dejaba advertir que todavía se conmovía por aquél recuerdo, lo más probable era que el pianista no le diera la clave que buscaba.

Solamente se dejó llevar, repitiendo internamente las notas hasta el final, como si atravesara un puente medio derruido, tratando de no ver el abismo que lo esperaba si perdía la concentración. Ya se hacía un poco tarde, y no se atrevía a preguntar por ella, ni siquiera incidentalmente. Argumentó para retirarse, que ya era hora de irse, por el problema del transporte, y que pronto regresaría, para escuchar otra vez la sonata, y conversar un poco de los tiempos pasados.

El músico lo acompañó hasta la puerta, y al notar la inquietud del compositor, le propuso que se quedara, y se fuera temprano, para que no anduviera tan tarde en la calle, y que con eso lo acompañara a preparar una cena ligera y tomar algún vino, para recordar esos tiempos pasados, que a veces están más cercanos de lo que uno cree.

Tomó valor y le soltó sin ambigüedad “¿sabías que ella está aquí en la ciudad?” Esta mañana la vi cuando yo iba camino al trabajo. -Estás completamente seguro de lo que dices -le atajó el amigo-.

Claro que sí. Ella fue quien me saludó, cuando nos vimos. Entonces vino a devolverte tu alma, le respondió el pianista. Cuando ella se fue, tu alma quedó atada a la de ella, y desde entonces has vivido sin vivir. Ella murió la semana pasada. No pensaba decírtelo, para no dañarte.



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Me puso la piel de gallina 🤣 aunque me esperaba algo así cuando dijiste en el grupo que tenía final inesperado jajaja buenísimo.

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Me encanto tu relato, y el final fue inesperado aunque sospechaba de algo extraño , saludos

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