El olor de la caña de azúcar

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El olor de la caña de azúcar

El sonido del trapiche venía de la parte posterior de la casa grande. Cuando llegaron a la hacienda, se quitaron las sandalias en un gesto de libertad y salvajismo. La muchacha mayor brincó hacia el río que quedaba cerca y todas las demás corrieron detrás de ella. Cantaron, rieron y aspiraron el aire de los verdes, con las ropas húmedas en aquella mañana soleada y fresca. Cuando las jóvenes volvieron a la casa, un muchacho trigueño, flaco y alto estaba en la estancia llevando el jugo que había extraído de las cañas y al verlas les sonrió, con unos dientes parejitos, relucientes de nácar.

A partir de ese instante aquel muchacho las acompañó no solo a sus habituales actividades juveniles sino que era parte de las apacibles conversaciones sobre los cándidos temas del campo: que si el río amaneció crecido, que si la leche de la vaca Dolores, que vamos a montar a caballo, que recojamos de mañanita las flores. Sobre el letargo del mediodía, comparten debajo de un árbol los jóvenes: la grama verde crecida, el olor de la caña y las mariposas de colores. En el centro está él, la voz de aquel que se hace hombre y alrededor, ellas, temblorosos helechos que crecen con los soles.

Las muchachas se levantaban con luz en las pupilas y un tímido revuelo que las hacía nuevamente niñas. Se empujaban, se reían con coquetería cuando veían al joven, traer al mediodía el jugo de la caña que refresca los calores. Ellas, con breve agitación, bebían con fruición el néctar que hasta ese momento desconocían. La musicalidad de sus risas invadía la casa y más allá de los portones: corrían, jugaban, saltaban, para ellas era clarito el horizonte. Horas de júbilos deslumbraban aquellos días, cuando todas las hojas de los árboles bajo el sol ardían.

El verano se fue y entonces comenzó la usencia. Ya no más risa en la casa, ni más temblor en las espigas. Los pies descalzos del joven siguen en el trapiche. Desde allí el olor de la caña de azúcar solo atrae a las hormigas.

HASTA UNA PRÓXIMA LECTURA, AMIGOS



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9 comments
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De alguna manera, aunque sea metafórica, aparte de la caña de azúcar, podría decirse que los recuerdos tienen también sus olores: ausencia, nostalgia, verano, conversación, amor, intrascendencia, frustración y cualquier adjetivo más que se nos ocurra, excepto uno: olvido. Interesante post, que te hace mirar atrás y rebuscar los olores de la caña de azúcar de tus propios recuerdos. Un abrazo

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Así mismo es, mi buen amigo! Cada olor, sin darnos cuenta, nos remite a cierta época, ciertas personas, ciertos recuerdos. Algunos olores dulcitos son parte de los más bellos recuerdos. Un buen sábado para ti, @juancar347

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Relato fresco y juvenil que me hizo recordar tantas vivencias de mi adolescencia. Mucho después, comparaba el olor de la caña de azúcal, con el aliento de una novia que tenía.

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Jajajaja. Qué bueno, @lecumberre! De eso se trata, de saber que algunos olores pueden despertar algunos recuerdos. Gracias por tu comentario. Saludos

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(Edited)

Los olores siempre estarán en nuestra vida, sobre todo marcando los recuerdos. Esas jóvenes protagonistas fructifican sus deseos con ese aroma que, sin duda, es seductor, aunque no sea para siempre. Cautivante texto, como ese penetrante olor. Saludos, @nancybriti.

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El dulce de la caña es una metáfora de una época, de algunos momentos, de algunas personas. Son dulces algunos recuerdos de la vida. Gracias por tu comentario, @josemalavem

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Infinitamente agradecida por el apoyo!! Este voto es mi alegría en este domingo. jajaja. Saludos

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