El día que le enseñé a mi abuela a escribir su nombre

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El día que le enseñé a mi abuela a escribir su nombre

Estaba yo en 3er grado. Yo ya había aprendido a leer y era una de las estudiantes más dedicadas de la escuela. Siempre he relatado que mi abuela le gustaba contarme cuentos mientras trenzaba mi largo cabello negro, pero lo que no les he contado es que un día yo aprendí a contarle cuentos a ella. Cuando aprendí a leer, las historias que leía se las contaba a mi abuela y al igual que yo, ella se quedaba calladita escuchando lo que yo le dijera.

Un día descubrí que mi abuela era analfabeta y fue una sorpresa para mí porque ella sacaba cuentas. Mi abuela vendía refrescos y cada refresco que le pedían fiado, ella lo anotaba con un palito en una libreta. La libreta estaba en la mesita de noche y a veces hasta en otras de las mesas, porque mi abuelita la cargaba para arriba y para abajo como cualquier trabajador carga su herramienta. A final de mes, mi abuela sumaba para ver cuánto le debían y cuánto era la cuenta. A mí se me hacía tan raro que ella podía hacer eso, pero no sabía escribir su nombre, que era Eugenia.

Eugenia era una india de pómulos pronunciados y largas cabellera, de color aceitunado y figura esbelta, pero de carácter fuerte, muy orgullosa y recia; yo podría decir, ahora con los años, que era una mujer muy terca. No aceptaba ayuda de nadie, especialmente si era para ella, porque siempre decía que el que quería ayudar no hacía preguntas necias. Abuela era como una madre para mí, por lo que cuando supe que nunca había escrito una letra, me propuse enseñarle a escribir su nombre y el mío, su nieta.

Una tarde le regalé un cuaderno mío y le dije que le iba a enseñar y maíta hizo un suspiro y dijo: “Loro viejo no aprende a hablar”. Recuerdo que cada noche, a su cuarto me acercaba y le ponía su nombre para que ella hiciera su “plana”. Siempre salía del cuarto y me quedaba esperando detrás de las cortinas y veía como maíta, agarraba su lápiz y comenzaba la rutina: E-U-G-E-N-I-A, una y otra vez hasta que se quedaba dormida.


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Cuando mi abuela se murió y volví a ver aquella libreta, y allí al lado de su nombre, vi mi nombre en letras pequeñas, fue suficiente incentivo en mí para querer ser una maestra, no de las que dan clase y saben todo, si no de aquellas que aprenden y enseñan. Este relato lo quise hacer, porque hoy hace 30 años que murió mi abuela y he pasado toda la tarde escribiendo en un papel su nombre: E-U-G-E-N-I-A.

                                                                                En su memoria…

HASTA UNA PRÓXIMA LECTURA, AMIGOS



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6 comments
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Por lo que cuentas aquí, así por algunos comentarios relativos que me has hecho, pienso que hubiera sido un grato, gratísimo placer haber conocido a Maíta Eugenia. Ese cuaderno es algo más que un objeto de culto y por lo tanto sagrado: es un Vínculo. Y los Vínculos, como el famoso lazo gordiano de Alejandro Magno, no hay fuerza humana que los deshaga. Una hermosa historia para un hermoso homenaje del que Eugenia se sentirá, en aquella estrella desde la que te esté contemplando, inmensamente orgullosamente. Un abrazo

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Me hiciste llorar, @juancar347!! Creo, como el gran narrador omnisciente, mi abuela lo mira y sabe todo. Ahorita, ante tus palabras, asiente y sonríe. Buena mañana y buen comienzo de semana. Te abrazo! :)

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Bella historia de sensible homenaje a tu querida abuela, esa recia y humilde mujer que te enseñó tanto, hasta a despertar tu vocación de educadora. Un abrazo, @nancybriti.

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Así es, @josemalavem! Por ella supe que tenía esa madera y como yo siempre digo: también ella me enseñó a ser "cuentera". jajaja. Un abrazo

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Yuuupi!!!! Muchas gracias, amigos, por su apoyo y voto. Esto hace que nos esforcemos en hacer textos de calidad y creativos. Un abrazo y éxitos, @sancho.panza

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