Aprender a vivir entre espinas

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Aprender a vivir entre espinas…

Hay una canción de Joaquín Sabina que pregunta “Quién me ha robado el mes de abril”. En este 2020 nos han robado abril, mayo, junio y por los aires que soplan, tal vez también nos roben los siguientes meses de este año. En lo personal, siento que estamos detenidos, sin poder hacer nada, y viendo pasar los días que jamás volverán. Cuando nos roban algo, seguramente tenemos la opción de quejarnos por lo perdido y buscar la forma de recuperarlo, pero en este caso ni una cosa ni la otra. Hemos perdido algo que jamás se recupera: el tiempo. Y a decir verdad, yo ya me he acostumbrado a perder tantas cosas, que en mi vida ya tengo un espacio para las pérdidas.


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Como venezolanos que aún vivimos dentro del país, hemos aprendido a vivir sin algunas cosas fundamentales que en algún momento pensamos que si no teníamos, moriríamos. Aprendimos a comer lo que hubiera en los supermercados y en la cantidad que pudiéramos comprarlos. Dejamos de ver las marcas o la tabla nutricional de los productos; aprendimos a caminar todos los supermercados para buscar la mejor opción de compra, la más barata. Aprendimos a beber agua o a comer hielo para espantar el hambre, también a comer mango, naranja y hasta dormir temprano y levantarnos tarde para hacer dos comidas y hasta una.


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Aprendimos que si tenemos carro es un dolor de cabeza y si no lo tenemos, es una angustia. Que si necesitamos salir a trabajar, debemos madrugar para poder llegar puntual. Que si no hay trasporte podemos caminar, aunque caminando se nos vaya la vida. Y caminamos a las 7 de la mañana, pero también bajo el sol de las 12 y hasta con el peligro de la noche. Y aprendimos a rezar, a ocultar el celular, la cartera, la cédula y hasta el miedo. Porque en Venezuela un día aprendimos a tener miedo, pero de acuerdo a los meses y la rabia, lo perdemos.


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En Venezuela aprendimos a bañarnos con un chorrito de agua, a hacer desodorante y crema dental con bicarbonato, a hacer torta con dos ingredientes y hasta merengada con arenque. Volvimos a los antiguos fogones de la abuela y a hacer la comida con lo que haya en la nevera: croquetas de lentejas, lentejas guisadas, crema o puré de lentejas, lentejas salteadas y marinadas. Reinventamos la palabra cola y la hicimos un verbo. El sin sentido de la cotidianidad hecha una norma: panaderías sin pan, supermercados sin comida, gasolineras sin gasolina, Venezuela sin venezolanos.


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También aprendimos a poner nuestra mejor sonrisa cuando alguien de afuera nos hace una videollamada, a que no se nos quiebre la voz, a mantener el ánimo, a guardar las lágrimas. Aprendimos a ocultar el roto de la ropa, de las cortinas, pero también el roto del corazón y del alma. Porque vivir en este país es vivir entre espinas, pero también es saber que aquí están nuestras raíces y en algún momento deberían volver a crecer las flores.

Hasta una próxima lectura, amigos

*Todas las fotografías fueron tomadas con mi celular Blu C4CO5Ou. Android dua y trabajadas en Canva



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2 comments
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Tu post recoge con punzante acierto (la imagen de las espinas es muy certera) la dolorosa realidad que compartimos en Venezuela, más allá de la pandemia, pues comenzó muchos años antes, solo que se ha agudizado con esta coyuntura. Un abrazo, @nancybriti.

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Así es, @josemalavem! Creo que esta pandemia ha mostrado de qué material estamos hechos, como sociedad e individualmente. Ojalá lleguen pronto las flores. Saludos

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