Néctar de Nacarado Cristal

Anda de modelo la luna
y yo creo que
es un invento.

Debe ser irreal, ficción de Dios,
puesta en escena para olvidar
que más abajo vive un planeta
lleno de distraídos
que se acuerdan más de pelearse
que de delirar viéndola
blanca en el cielo.

Y yo creo que no existe,
es platónica la ilusión,
no es óptica, sino delirio
de quienes viajando en suburbios
voltean al norte de nubes
y vuelven a brillar incandescentes
con el reflejo de la bella mujer.

Es ladrona silvestre
que un día hurtó mi sonrisa
y se la llevó con otras cientos de miles
para cautivar a los atolondrados
con el néctar de su nacarado cristal.

Y si es real, como dicen,
que no es una farsa mecánica
la que al cielo viste de su lumbre,
dime tú, mi bien amado,
si la ves, como lo hago yo,
cambiarse el velo,
cuando se exhibe
arriba del horizonte
luciendo llena, de miel o creciente,
mas siempre serena y cautiva
coleándose al lado del sol,
bailando dorada en la noche
o en las tardes veraniegas
en las que se pinta la cara
con pecas de recovecos
que la hacen lucir de nieve
o hecha de perla.

La luna es un invento,
pero no la inventó Dios.
Es obra del hombre,
uno pensante romántico
que extraviado en la turbia noche
y sobregirado de miedo,
enervado de soledad,
rugió, vociferó y dio aullidos
contra el grisáceo aire
y se encontró con la indiferencia
de la prosa que le compuso al satélite
para declarársele a la única mujer
que podía vigilar siempre
desde cualquier cielo
en los que estuviese pescando
a la singular sencilla sirena
de las siempre solemnes
nirvanas.