Estando rebelde
sobre el regazo del miedo,
en una noche voraz y sin forma
donde mis entrañas se estremeían
anhelantes de calor y pulso,
llegaste para invadir
la tempestad.

Aquel lunes patético,
característico de lento y sollozo,
exploraba con miradas, primero,
mi entorno y batía mis huellas
al aire procurando rozar
tu imagen vigorosa
que me sometía sin piedad
cuando me robaba el aire
sin maltratos
y yo a la deriva de un piso
tan rígido como lo fue
tu diafragma.

Leve llovizna se avecina, la siento.
Mas el frío reinante, de pronto,
desaparece.
Así la brizna empapa de a poco
y de poco se cuela, moja y erecta
los filamentos más íntimos
de mi piel en controversia.

El fogón apagado empieza a ver
mis llamas internas encenderse,
me mira anhelante del fuego
que en cuerpo vulnera el carbón
y palpita en mi alma hasta prenderme
en medio de la llovizna
que se tumba sobre mi habitación.

Rivales, la candela que soy
y las gotas que emergen
entre el sudor, lo húmedo
y el resbaloso suelo
donde postrado
vibra mi dorso
y se tuercen
ligeramente
las muecas
que celebran
la llegada
de un
diluvio.

Fricción y movimiento
alimentan mi calor,
mis manos se agitan sobre mí
y tartamudea el jadeo
mientras me recorro
hurgando chispas
que den flama a mi ser
y me abatan los sentidos
que perciben la abnegación
que brota a mis adentros.

Uñas que rasgan la dermis,
brazos al vaivén en mi pecho,
contraído el recato,
desaforado el respeto
y la afluencia de líquido
se hace aguacero de a poco,
pese a que en brasa, es hoguera
que expide vapor de mi aliento
y de mi cuerpo que va suspirando
entre la combustión que causa
mi alma encendida
ante la precipitación
que cae en mi lecho.

Agua y fuego,
agua y fuego,
agua y fuego...
...un relámpago
prende el lugar
para sepultar
al rocío y volverlo
menudencia de mí.
Aquella sabrosa tempestad
y las extremas temperaturas
vuelven a tener
el clima perfecto
en mis intramuros,
donde tu recuerdo
dio temperaturas
a un pecaminoso aluvión.