Esperanzas de invierno
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Dos gotas frías recorrieron su rostro, pero al contrario que otras veces; una exultante sonrisa se dibujó iluminando su mirada. El otoño al fin moría, y con él la angustia de no saberse dueña de su propia vida.
Corroer los sentimientos no iba con ella, era mejor dejarlos difuminados tras esa vertiginosa línea donde, las falsas realidades dormitan en cajones somnolientos que aguardan con ansia su despertar.
Quizá, ya nada sería igual; la caída de las hojas anunciaba que las tormentas otoñales darían paso a los odiosos aguaceros invernales, pero qué importaba eso ahora.
Una oleada de carcajadas atronó la estancia, ese repleto habitáculo de promesas incumplidas, de dolorosas verdades y falsas mentiras. Lo miró con desafío, mas no se impresionó, es más, ahora todo tornaba a colores claros, la oscuridad quedaba tan, pero tan lejos que casi no podía atisbar a recordarla.
Cuantas cosas habían pasado desde aquel frío día de invierno, donde su realidad había sido trastocada. Ella siempre, tan segura de sí misma, tan rotunda en afirmaciones, consejera de tormentos ajenos, se había visto abocada al peor de ellos, como nunca hubiera imaginado.
Sentada sobre la sobria cama, meditaba como se dejó arrastrar en ese flujo de sonidos y marañas que traspasaron la impronta distancia, acortando la barrera del sonido y destruyendo su manifiesto silencio; para desembocar en una gran carcajada, más propia de una niña que de una mujer.
Le hacía sentir bien el pensar sobre, como anduvo y desanduvo el camino, ese camino majestuosamente regado con el aroma de flores silvestres. – Aún puedo sentir su olor- Divagó por un instante. El embrujo de que irradiaban era demasiado fuerte como para resistirse a no dejarse llevar en su frenético baile.
Además, qué demonios , ¿ Por qué negar al sol con una mano? Dejó escapar éste pensamiento, como pajarillo en busca de libertad.
Alguien le había dicho en alguna ocasión que las cosas que no se atrapan en el aire, se pierden en él igual que gotas de lluvia sobre el mar. Ésta idea no le gustaba, ella prefería dejarlas, a perderlas, casi es lo mismo, pero el matiz de la posesión la subyugaba hasta límites insospechados.
Miró por la ventana y, vio como dos gaviotas emprendían vuelo hacia latitudes más cálidas, sonrió, y en su sonrisa se marcó la esperanza que se abría ante ella.
Cerró la puerta no sin antes pensar en ese invierno que se acercaba y acariciándola, la invitaba a morar en él.
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Un relato de agradable prosa tocada poéticamente que nos presenta el estado anímico de este personaje que se deja tomar (acoger) por el alma de las estaciones y el recuerdo. Saludos, @malenavargas.
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