Hace muchos años existía en el bosque una aldea llamada “Amargura”, pues los habitantes no sabían que era sonreír y menos compartir entre ellos, cada día de su vida se basaba en tratar de sobrevivir y llevar el sustento a cada uno de sus hogares, en las áreas donde deberían existir los parques y zonas de recreación solo eran espacios de tierra seca e inerte. En las escuelas las asignaturas eran básicas y las clases de educación física eran simples ejercicios dirigidos por los maestros de una manera seria y totalmente disciplinada.

En esta aldea los niños caminaban por las calles de una manera callada y solitaria, la mayoría de las veces solo cumplían mandados y recados que enviaban sus padres. A pesar que la aldea se encontraba en el bosque contaban con una mina de oro la cual era la única fuente de trabajo de los moradores de esta región, extraían el oro y lo almacenaban en una gran bóveda, pues no existía más que un pequeño comercio entre ellos, pues, ningún otro campesino visitaba esta población es más; muchos ni siquiera sabían que existía.

Este sitio albergaba un gran misterio, en varias ocasiones expertos en culturas y civilizaciones olvidadas pusieron los ojos en la aldea, pero al no encontrar una respuesta acorde con su especialidad abandonaban sus proyectos y estudios.

Una tarde igual a todas se iluminó el cielo y un artefacto envuelto en llamas atravesó el bosque estrellándose a unos pocos metros de la mina de oro, don Juan un viejo de casi noventa años fue el primero en llegar. Al darse cuenta que el artefacto resulto ser un aeroplano que volaba sobre la aldea y que una posible falla mecánica ocasionó el aparatoso desastre; con el poco aliento de sus pulmones avisó al resto de la gente y cuando llegaron los demás moradores solo podían observar trozos de avión dispersados por todo el lugar y el suave murmullo de la muerte.

El piloto que en su esfuerzo por lograr realizar un aterrizaje de emergencia perdió la vida instantáneamente, pero no era el único que estaba… entre los escombros, una mujer a punto de dar a luz, gritaba desesperadamente de dolor, su cuerpo iniciaba las contracciones y el miedo de perder la vida junto a la de su hijo la hundía cada vez más en el frio abismo de la desesperanza.

Doña María, la partera de “Amargura”, mujer de 52 años que dedico su juventud a cuidar los hijos de sus hermanas y amigas y que ahora sacrificaba los pocos años de su vejez para atender los partos de la aldea, ya que al ser un caserío olvidado por la humanidad la idea de un centro de salud y un medico era solo eso… ideas.

María pidió que sacaran de inmediato a la mujer, pero cuando retiraron los escombros notaron que las heridas que tenía no la mantendrían mucho tiempo con vida, así mismo comprendieron que tratar de moverla complicarían aun más las cosas.

El parto se hizo evidente y su vestido manchado de sangre la cual se confundía entre las heridas anunciaba que todo estaba listo, era la hora de nacer; doña María lavo sus manos y por medio de palabras directas y no muy amorosas comenzó a atender el parto… solo pasaron veinte minutos cuando la madre en sus últimas palabras pidió que María la partera, acercara su oído hasta sus labios ya pálidos y la escuchara.

-Este es hijo de Joaquín Vergara, no quiero que nunca se entere que sobrevivió al accidente, sus hombres fueron los que derribaron el avión y vendrán a verificar que estoy muerta.

El mencionado padre era el más cruento traficante de drogas del país, así que la partera minutos después tenía un recién nacido en sus manos, un secreto en su alma; y una mujer que ya desprendida de la vida, con una sonrisa quebrantada se despedía de su hijo para siempre.

Dos semanas después solo ella y el niño sobrevivirían a la destrucción de la aldea por parte de los hombres del traficante, quienes se apropiaron de las minas y asesinaron a todos.

La partera logró huir antes, sin comentarle a nadie su secreto.