El cuarto oscuro

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No se explicaba por qué todo estaba tan oscuro, pero sabía que día tras día experimentaba un cambio en su cuerpo. Hacía un mes el espacio en el que estaba le parecía más amplio, pero a medida que pasaban los días, lo sentía más reducido.

No entendía muy bien por qué se encontraba en aquel lugar, privado de toda visión. Ciertamente, era un lugar muy cálido, muy acogedor. Parecía no haber gravedad en aquel lugar.

El hecho de no tener visión, le había desarrollado su capacidad auditiva.

Primeramente, empezó a reconocer el sonido de tambores. Uno de ellos sonaba muy cerca de sí, el otro parecía sonar un poco a la distancia. El uno parecía el discanto del otro, algo que a él le agradaba mucho y le hacía más placentera su estancia en aquel oscuro lugar.

Poco a poco se fueron agregando sonidos a aquel sonido de tambores que tanto le confortaba, sobre todo, un sonido muy especial, dulce, suave, melodioso... La voz de una mujer.

Con los días empezó a reconocer diferentes matices en esa voz... Él la escuchaba llorar, pero parecía que aquella pared no permitía pasar el sonido de adentro hacia fuera.

A él le habría gustado poder abrazarla y consolarla. Ella le hablaba en una especie de monólogo. Aunque ella no lo escuchara, él contestaba a cada una de sus interrogantes.

-¿Estás allí? ¡Cómo quisiera que no estuvieras allí!

-¿Tú sabes quién me metió en este lugar?

-Nunca debí permitírselo, ahora no sé qué voy a hacer.

-Estoy bien acá, pero me gustaría salir de aquí algún día. Empieza a sentirse un poco estrecho.

-Nuestras vidas no son compatibles, no puedo tenerte conmigo.

-¿Te molesto?

-Tendré que sacarte de allí.

-¿No que no puedes tenerme contigo? ¿Qué harás conmigo?

-Lo siento, soy muy joven.

La escuchó llorar toda aquella noche; sentía mucha pena por ella. Durante los días siguientes, la provisión de comida parecía disminuir, no entendía por qué, ya que con anterioridad no le había faltado nada.; eso lo hacía sentirse un poco débil.

Los tambores empezaban a escucharse tristes, ya no alegraban su estancia en aquel oscuro lugar. No entendía qué pasaba, pero estaba dispuesto a hacerse notar. Empezó a dar brincos por aquel lugar hasta que la dulce voz, la suave voz, dejó escucharse:

-Mañana te sacaré de allí, ya no puedes quedarte conmigo.

-¿Me sacarás de acá? A él le parecía que ella por fin podía escucharlo.

-Sí, es lo mejor para ambos.

-¡Podré verte!

-Mañana por fin estarás fuera.

La anhelada mañana llegó, pero se sentía muy débil. El cuarto oscuro se sentía muy frío y uno de los tambores tocaba a destiempo. La dulce voz no le hablaba más, él quería escucharla, lo anhelaba.

Volvió a dar brincos reclamando atención, pero no se escuchó nada. Sintió más frío. De repente se vio un poco de luz, la suficiente para ver el brillo de la cureta que lo sacaría de aquel cuarto oscuro.



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