Va caminando por la calle, inmerso entre los problemas que depara el mantener una familia, los gastos que sobrepasan las entradas económicas, las cuotas atrasadas del apartamento, la reparación del auto que cansado de no hacerle un cariño, por falta de dinero, decidió no rodar más.

Marcha cabizbajo, mirando al negro de la carretera y la raya blanca del borde de esta, ajeno a la proximidad con los cuales los autos le pasan y al peligro que representa no caminar por la acera en una vía tan transitada.

De repente con la brisa que provoca la velocidad de los carros le llega volando a sus pies, un billete completo de lotería. Intenta patearlo pero falla en el intento, sus habilidades deportivas están en decadencia.

Está doblado y parece llamarlo, pero él, como la novia renuente de darle el sí para llevarla al altar, lo ignora y continúa su camino.

Solo unos pocos pasos y de nuevo el billete cae a sus pies, como muñeco porfiado que va de un lado a otro, por el viento.

¿Estará premiado? Es el pensamiento que llega a su cerebro y lo desecha de inmediato. Esas son historias fantasiosas, mitos urbanos que no tienen lógica alguna. ¿Quién bota un billete premiado?

Sin embargo se doble y lo coge, emana un olor a perfume dulce y caro, propio de alguna mujer de la clase alta, algo que le parece lógico, ya que un trabajador clase media no puede comprar todo un billete de lotería, cuando más la mínima porción de este.

Lo echará en el primer basurero que encuentre en el camino, que no son muchos, un logro negativo de quienes administran los fondos de la ciudad, que invierten grandes cantidades de dinero en barrer las calles en lugar de colocar lugares donde colocar la basura.

Unos metros más allá consigue su objetivo, al lado de un kiosko de venta de revistas y de billetes se encuentra un cesto para los desperdicios.

Llega hasta allí y saca el billete, su olor pareciera decirla, no me botes.

Llevado por esa curiosidad innata del ser humano ve la lista de ganadores que se encuentra para que las personas revisen sus jugadas, en ese instante una señora mayor lo aborda y le dice:

-¿Puede revisarme este billete por favor?

Es una octava fracción del billete completo, por lo que supone que ha gastado todo su mes de pensión para tentar a la suerte, con la esperanza de multiplicar ese beneficio que obtiene gracias a decenas de años de trabajo.

Hace lo pedido y verifica que el mismo no está entre los ganadores, la anciana encoje los hombros, echa el boleto en el cesto, le da las gracias y se marcha.

Él entonces antes de seguir el ejemplo de echarlo revisa la lista y con sorpresa e incredulidad se da cuenta que está premiado, que el mismo corresponde al primer premio, una cantidad de más de 7 cifras que por un momento parecen bailarle en los ojos, como el símbolo del dólar que muchas veces ha visto en los dibujos animados de la televisión.

La respiración se le corta, siente un dolor en el estómago y el sudor recorrerle la espalda.

Todo se va borrando, el kiosko flota, el suele se mueve y va cayendo en cámara lenta al piso de concreto de la acera.

El billete de lotería, como habiendo cumplido su misión se le escapa de las manos e igual como llegó, con la brisa de los autos se pierde en el pavimento.

Puede detallarlo a lo lejos mientas muere a causa de un infarto.