La primera mascota de Paulito (Relato)

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El boom de las mascotas llegó al colegio como una plaga, los tomodachi virtuales japoneses hicieron las delicias de la mayoría, pero mis gustos, quizás mas moderados, no compartían el tener un muñequito que caminaba como sonámbulo en un pequeño cristal.

Por lo que hice rápidamente la aclaratoria a mis padres.

-No quiero una mascota virtual sino real.

Una aceptación como respuesta me pareció grandioso.

Soñé esa noche con que llegaba al colegio con una gran serpiente enrollada en mi cuello y brazos, sacando la lengua, mostrando sus dientes y causando impacto y miedo en todos, porque tal vez mis gustos sean exóticos pero eso era lo que deseaba.

Pero como siempre, la dictadura de los mayores surtió efecto y un buen día, luego de llegar del colegio, mi madre con cara de pordiosero de plaza me llevó a la sala con sus manos colocadas en mis ojos y me dijo:

-Aquí tienes tu mascota.

Mis pulsaciones sanguíneas se multiplicaron pero esta vez no de alegría sino de rabia.

En una pecera un pequeño pez de color rojizo me miraba emitiendo burbujitas a la superficie.

Creo que a falta de serpiente me hubiese conformado con un perro o un gato ¿Pero un pez?

Me imagino en el aula de clases con el jarrón bajo mi brazo y el animalito con su visión azulada observándonos a todos y yo vanagloriándome.

-Mi mascota es mas divertida que esos pedazos de robots de mano.

Fue mi primer contacto con la palabra “carajo”, que no sé que significa pero me salió resbalosa por los labios.

-Se llama Nemór.

De seguro le pego un grito y me baila la marsellesa.

Hubiera preferido un insulto, un castigo y hasta una amputación de algún dedo que eso.

Calladamente subí a mi cuarto y cada vez que bajaba para ir al colegio mi mamá como presa de alguna enfermedad ecosilábica me decía.

-¿No saludas a Nemór, Paulito?

Y yo mascando las palabras entre mis dientes me acercaba a la pecera y le decía:

-No creas que durarás toda la vida.

Benjamín, todo un experto en eso de fastidiar me dio una idea.

-En mi casa hay unos peces azules que los apodan Betas, dicen que matan a los otros.

Mi instinto de comerciante sumó, restó y multiplicó dando como resultado.

-Te cambio uno por la barajita que te falta.

Sus ojos simularon una caja registradora

-Pago.

A los tres días, inmerso en una bolsa de plástico con agua, mi pequeño exterminador de mascotas llegó en las manos del amigo.

Solo bastaron pocas horas para que mi mascota acuática decidiera mudar sus pertenencias a otro lugar extraterreno.

Por la noche la voz asombrada de mi mama me comunicó la noticia.

-Nemór murió, es una lastima hijo, con lo buena mascota que era, ¿Tu trajiste a ese pez azul?

-Si mamá, me lo regaló Benjamín.

De seguro sus conocimientos no llegaban a imaginar la verdad de lo acontecido.

-Al menos te queda esa, ¿Cómo se llama?

-Depredador, mami.

-Que nombre tan extraño, ¿Por qué le has puesto ese nombre?

-Por la película.

Sé que hice mal al obrar de esa manera, pero ¿Por qué razón no nos preguntan antes de tomar una decisión que deberíamos tomar nosotros?

Tenemos cerebro y neuronas, dos manos y dos pies igual que todos, ¿En qué somos extraños?

Tal vez exista un mundo como el de “El Principito” en algún lugar de la tierra.

 
 

De mi libro "Memorias de Paulito"



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