Breve presentación y mi primera incursión en la narrativa
Después de un tiempo fuera de la Blockchain, emigrar hasta Chile y hacer algunos talleres de narrativa, regreso ahora a Hive, tengo 36 años, soy casado me considero una persona sociable, conversador, participativo, dentro de mis gustos se encuentran una variada selección de cosas tales como: el arte, el cine, la gastronomía (Nacional e Internacional), la lectura (clásica y contemporánea), la escritura, espero fraternizar con muchas personas en este sitio, sin más nada a que referirme les envío un fraternal abrazo y mi primera incursión en la narrativa
Persiguiendo mi pasado, encontré mi futuro. He visto cientos de armarios a lo largo de mi vida. Bueno, quizá cientos no, pero al menos he visto dos, de dos tipos me refiero.
El empotrado y el armario portable, que acá llamamos escaparate, ese armario que no es empotrado. Siempre he creído que son algo más que simple muebles, tanto unos como otros.
Recuerdo uno en particular, el de los no empotrados, en casa de mis abuelos.
Estaba en la que fuera la habitación de la abuela de mi abuela, convertida ahora en el cuarto de labores, lúgubre y polvoso. Con la edad, los recuerdos de cuando tenía ocho años se difuminan, con la madura certeza de que alguna vez fueron algo menos que un sueño. Lo cierto que a mis muchos años, no puedo decir que lo que me pasó, me pasó de verdad.
Este armario, el primero de muchos que recuerdo, era, a mi corta estatura de un niño, gigantesco; dos metros de alto y metro y medio de ancho. Hecho a mano, con flores talladas en los bordes de las puertas y algo que parecían parras trepadoras. De un rosa apergaminado, imponente, a mi pueril forma de ver.
Parecía que me observaba desde su altura acechando, para cuando en el momento menos esperado, abalanzarse sobre mí y encerrarme en su enorme panza de madera, como aquella niña que desapareció por un agujero que había en la pared de su habitación el verano pasado.
Un día, el día de algún cumpleaños de algún familiar, mis primos y yo jugábamos al escondite. Tengo que decir que la casa de mis abuelos era de estilo colonial, de una sola planta, un patio interior y muchas habitaciones.
Ese día sobraban rincones donde esconderse.
Con el nerviosismo y excitación propios de un infante con el único fin en el mundo es no ser encontrado, sin pensarlo dos veces, me metí en la habitación vacía del armario y a la postre, dentro de éste. Como un ratoncito me acuclillé encima de los zapatos y tras los abrigos. Olía a moho.
No sé cuánto tiempo pasó. Amortiguados, oía la risa y persecuciones de primos e invitados al cumpleaños que pasaban cerca de mi escondite. Había elegido muy bien, nadie me buscaría aquí.
De repente la puerta se abrió y volvió a cerrarse tan bruscamente que apenas tuve tiempo de reaccionar. Quedé de nuevo agazapado prestando más atención a los ruidos de afuera. No oía nada.
–No te preocupes, no nos encontrarán–. Oí una voz a pocos centímetros de mí. Alguien más se había escondido conmigo. La voz me resultaba vagamente familiar.
–Yo siempre me he escondido en este armario y nunca me han encontrado– dijo– a ti tampoco te van a encontrar, nunca.
Sentí como el armario caía boca abajo y daba vueltas, como si rodara por una pendiente. Varios minutos después, alguien me agarraba y me zarandeaba. Cuando abrí los ojos varios adultos estaban en el cuarto, el armario seguía en pie.
–¡Me quema! ¡Me está quemando! ¡Me duele!– gritaba.
–¿Qué te duele?– me preguntaban asustados.
–¡Mi pecho! Me quema el pecho y no me dejaba salir. ¡Está ahí dentro!
–¿Quién?– preguntaban todos.
–¡Felisa Consuegra está ahí y quiere que me quede con ella!
No hay nadie en la familia con ese nombre y no había nadie conmigo en el armario.
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El equipo de curación del PROYECTO ENTROPÍA
@javisem que nervios ese clóset. Y por qué Felisa? Tienes que seguir escribiendo... Se te da el tema de la intriga y el horror... Te seguiré leyendo. Saludos