Una triste historia real

Esta historia me la contó su protagonista, con el cual hablé el día que estuve en la cárcel, en la fiesta de cumpleaños de mi amigo de infancia Cesar.

Él tenía70 años lo crió su padre en una casa de campo a ocho kilómetros del pueblo más cercano, su mamá murió al nacer él.

Su padre trabajaba en el campo de pastor, cuando él tenía sólo tres años su progenitor contrajo una enfermedad en la cual muchos días no podía levantarse de su camastro de paja, se quedaba mirándolo horas y horas y él con fiebres altísimas y ojos cristalizados a él, que no entendía como ese hombre tan fuerte se le derramaban las lágrimas al verlo.

Su padre tenía cincuenta y cinco años, él lo veía como un anciano, se fue recuperando de su enfermedad y empezó a enseñarle lo que hoy sabe poco, pero lo suficiente para vivir, a leer y a escribir.

Cuando cumplió los diez años se fue con su padre al pueblo a vender quesos, vio por primera vez a gente, pues siempre había estado aislado del mundo.

Mientras su padre negociaba con un señor su venta de quesos vio fruta y pan en una cocina, sin decir nada la cogió y se la guardó en un saco.

Llegaron a la casa del campo y le dio miedo decírselo a su padre, eran las doce aproximadamente de la noche, estaban durmiendo y escucharon hombres en la puerta voceando:

-Viejo abre la puerta o la tiramos abajo.

Su padre en calzón salió y preguntó:

-¿Que quieren?

-El niño que iba contigo ha robado en el pueblo.

Su padre dijo:

-Eso no puede ser.

-Llámalo.

Salió y su padre le preguntó:

-¿Eso es verdad?

El niño con la cabeza abajo respondió:

-Sí, tenía hambre.

Esos hombres le dieron un cinturón a su padre y le dijeron:

-Dale su escarmiento para que no lo vuelva a hacer más.

Su padre dijo:

-No lo haré.

Le pusieron la escopeta en la cabeza y el niño le dijo.

-Padre pégueme, pégueme.

Así lo hizo le dio dos correazos y uno de esos hombres le quitó la correa a su padre y dijo:

-Así no se castiga.

Seguidamente le dio durante mucho tiempo correazos, patadas y palos.

Lo sacaron y le tiraron desmayado al corral con los cerdos

Cuando al día siguiente cobró la conciencia pensó:

“¿Por qué mi padre no me ayudó”

Lo maldijo con todas sus fuerzas por cobarde, fue a la casa sin poder ponerse de pie.

Empujó la puerta y pasó a la cuadra donde siempre dormía.

Allí estaba atado con la cara sangrando y apaleado sin poderse defender, le habían metido tal paliza que se había hecho encima.

Lo desató y lo cuidó mientras se curaban sus heridas.

Su papá no llego nunca más a hablar ni a oír, algo ocurrió en su cabeza.

Murió a los 20 días de aquello.

Él se fue lo más lejos que pudo de ese sitio, abandonando todo.

Cincuenta y cinco años después iba de regreso a su casa oyó jaleo en una calle muy oscura, se acercó y vio como dos jóvenes estaban robando y maltratando a un señor mayor.

Se puso a gritarlos y salieron frente a él, empezaron un forcejeo con tan mala suerte que uno se golpeó la cabeza y cayó muerto.

El anciano que le habían robado tenía una navaja clavada en el corazón y el otro joven huyó mientras el hombre estaba aturdido. La Policía llego, lo tiraron al suelo y lo encarcelaron para el resto de sus días.

Antes de despedirse el anciano me dijo:

Las cosas no son como las vemos, la vida se te puede torcer en un segundo.

Hay que vivir y disfrutar de tu gente mientras las tengas y entender que tus padres no siempre estarán

Si bien es cierto que los humanos dependen en que casa nazcan, así serán y así tendrán, pero no hay que arrepentirse de donde se ha nacido.