Mi madre

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Ayer me puse a pensar en mi madre, esa mujer de clase alta acostumbrada a ser servida por una criada que la vestía y la arropaba cuando se iba a descansar.

Esa muchacha que jamás se hizo un desayuno ni levantó la mesa hasta el día que contrajo matrimonio.

Pensaba en mi madre que se fue con el hombre que amaba para acompañarlo a cada sitio que el destino lo destinaba y que tuvo que soportar o adaptarse, da igual, a otras gentes lejos de su familia y sus afectos, en un tiempo que la comunicación era sólo por carta.

A esa muchacha de dieciocho años que debe haber sufrido aquello que para la mayoría de la gente es cotidiano aprendiendo a administrar y organizar una casa.

Ella tuvo tres hijos a los que cuidó y atendió, ella que de cuidar y atender no sabía ni jota, porque siempre fue cuidada y atendida.

Ella soportó el infortunio que llevó a mi padre a enfrentarse con el destino y la injusticia de ir preso sin causa alguna y el destierro en su propia tierra.

Mi madre que fue capaz de fregar mierda sin perder el señorío de quien lo hace maquillada, con aros y collares.

Mi madre una muchacha de cristal por afuera y de acero por adentro, que nunca desmayó ante las adversidades.

Mi madre una princesa, una guerrera que le puso el pecho a un destino de pobreza con la dignidad y la lealtad de quien es noble de corazón y venció las vicisitudes que se le fueron presentando, sin desfallecer y con la frente en alto.

De ella aprendimos que somos lo que somos sin que la fortuna ni la miseria te cambie tu esencia, que por sobre todo la familia es el sustento que te hace triunfar o fracasar.



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