La esquina

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Hay algunas cosas, que quedaron en el recuerdo, lugares donde los sueños de la gente jugueteaban con la realidad tanto, que hasta parecían ciertos.

Sólo había que reunirse allí y dejarse llevar por la imaginación.

Claro, que estoy hablando de otra época, de un mundo distinto al de hoy, donde imaginar es casi imposible, porque todo está inventado.

En aquel mundo, la esquina fue nuestro lugar mágico, un sitio de reunión donde podíamos ver el futuro y elegir cuál de los caminos que nos ofrecía los cuatro puntos cardinales, queríamos tomar.

La esquina nos atraía como un inmenso imán. Ni el calor sofocante de la siesta en verano ni los atardeceres helados del invierno, frustraban el deseo de juntarnos y dejar volar los sueños.

Además, allí había mucho que aprender, sobre todo aquellas cosas que estaban prohibidas para nuestra edad, pero que resultaban ser las más sabrosas.

Había que descubrir un mundo que los mayores nos negaban.

A falta de computadoras, Tv e Internet, estaban las revistas para adultos. Unos ejemplares mal impresos con fotografías en blanco y negro de señoras con sobrepeso y entradas en años que alguien traía escondido entre sus ropas. Así y sólo de esa forma, podíamos ver la desnudez de una teta. Cosa olvidada desde el amamantamiento.

Soñar con seducir alguna de aquellas bellezas, era tema suficiente para inventar alguna historia con la vecina del barrio que había ganado cierta fama lujuriosa.

Horas planeando como espiarla cuando tomara sol en traje de baño enterizo, las tardes de domingo en la terraza.

Sin embargo, no todo pasaba por la pornografía, también discutíamos sobre futbol, boxeo, automovilismo y la manera de viajar colados en el tren hasta la terminal y volver sin ser descubiertos por el guarda.

No vayan a creer que todas las esquinas tenían ese poder de atracción. Eran sólo algunas las que tenían esa magia inexplicable, donde pasaron generaciones de adolescentes. Hoy hombres nacidos allá por la mitad del siglo veinte.



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