El ladrón

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-Preciosa, no lo tome a mal por favor, cuando se sienta cansada o tenga sed no tiene más que avisarme.

Ella ni lo miró.

-Desde que bajamos en aquella parada caminamos tanto que muy bien vendría un descanso y tomar algo fresco, o quizás un café.

-Usted recorre vidrieras enteras con los ojos y yo tras sus pasos solo la miro a usted.

Ella fue breve y concisa

-No me moleste por favor.

Él insistió

-No es mi intención molestarla, por eso le pido que no lo tome a mal. Jamás...jamás le haría daño, solo sigo su camino y velo por usted, aun así debo admitir que soy un hábil ladrón.

Veníamos en el colectivo, yo sentado detrás de usted, la ventanilla, el viento, sabe las veces que robé sus cabellos para acariciarlos, pero no se alarme porque se los devolví, acuda a un espejo si no me cree y verá que no miento. Eso sí, la suavidad me quedó en las yemas, no lo pude evitar.

Usted tiene un refinado buen gusto, detiene la mirada en cosas muy bonitas, mientras tanto los cristales, esos cómplices tan queridos me ayudaron a robarle la boca, los ojos y esa mano que con natural elegancia lleva sobre la cartera no imagina las veces que para besarla se la robé. Sepa disculparme, pero el sabor que quedó en mis labios no se lo podré devolver.

Como verá yo también tengo buen gusto, digamos que soy exquisito a la hora de robar. Sin ir más lejos al cruzar la primera esquina de este largo paseo, estuvimos tan cerca que sin darme cuenta le robé el perfume a su piel. Esa fue la primera exquisitez, después a cada paso suyo se sumaron otras que le juro, no entraba en mi mente tanto placer.

Cuando se acercó al escaparate de lencería con prudencia me retrasé, me pareció lo más apropiado, pero eso no quiere decir que ignore lo que usted hubiera comprado. Eso se debe a que también me gusta robar con la imaginación. Además desde ahora, como no tengo dinero para comprarlos, tendré la inmensa fortuna de robar todos los espacios que pise usted. Sin embardo, como ladrón me invade una profunda frustración que sin remedio me hunde en infinito dolor.

Preciosa, aun no pude robarle una sonrisa y le aseguro que desespero para que deseche la gravedad, para que suelte los labios y una a una pueda sustraerle todas las perlas que tanto atesora usted. Eso haría que me sienta realizado, pero ya veo que no podrá ser.

Le cuento esto y no la incomodo más, le doy mi palabra, después me iré. De jovencito mi sueño era ser ladrón de joyerías y mi madre me decía, hijo querido tú no sirves para esas cosas. Imagínese si hoy mi madre me viera sin poder robarle una sonrisa, diría, hijo te lo dije, te lo dije, ladrón de joyerías no.

Ahora sí, ya me voy. Soy Gerardo, le agradezco el maravilloso paseo, su exquisita belleza y le deseo mucha suerte y felicidad. No será fácil olvidarla, pero mi suerte está echada, otra cosa no puedo hacer. Adiós preciosa, adiós.

Faltaban escasos metros para llegar, era evidente que la esquina sería el punto final.

Ella se detuvo sorpresivamente, dijo

-Soy Leticia- y clavó en las de él sus pupilas color café, el ladrón aprovechó para beber de sus ojos, luego bajó la mirada a los labios y sonrió. Ella también lo hizo y por primera vez él, robó las joyas de la excitante boca de sus deseos, de su ilusión.

Cruzaron la calle, ella pidió un refresco, él prefirió más café. Leticia hablaba de muchas cosas, mientras tanto él se preguntaba ¿ladrón serás tan hábil para robarle el corazón?

Ella reía y reía. Lo colmaba de perlas…Gerardo insaciable pensaba como un ladrón, deseaba robar la humedad de esos labios, el sabor de sus besos de amor.



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