Una noche con Ícaro

Estimados lectores, hoy quiero compartir este relato para que lo disfruten.

Una noche Ícaro vino a mis tierras. Había caído en una playa cercana al caserío donde yo vivía; como estaba desnudo el frío nocturno le calaba hasta los huesos y temblaba también de miedo y sollozaba porque estaba desconcertado. La luna iluminaba espléndidamente la costa que ahora lucía verdinegra; en el silencio de los alrededores apenas se oía el canto de los grillos. Vio las luces encendidas de mi choza y se acercó hasta ella. Por los entramados de las rústicas paredes pudo ver el interior de la humilde vivienda pero no entendía lo que miraba pues nada era parecido al mundo de donde él provenía.

Yo estaba completamente sola, ya que mi familia había viajado al otro lado de la costa y no quise acompañarlos; me gustaba mucho estar sola, a pesar de mi corta edad. Estaba acostada en mi hamaca, a piernas sueltas, pensando en las pocas ganas que tenía de volver a clases. Como me mecía a mis anchas, el ruido de las argollas en las alcayatas hizo que se percatara de mi presencia y se asustara más. Oí sus sollozos y me levanté rápidamente preguntando al aire que quién estaba por allí, pero no hubo respuesta; sin pensarlo mucho, pero con un palo en la mano, salí a verificar de dónde venía el gimoteo.

Él se escondió para que yo no lo encontrara, pero, antes de meterse debajo del bote que estaba volteado al lado de mi choza, pude ver de refilón sus piernas y las plumas blancas que tapaban las musculosas nalgas de un cuerpo juvenil, blanquísimo. Yo sabía que en mi caserío no había nadie así porque todos somos tostados por el sol, aunque tengamos herencia blanca en la sangre. Aquel cuerpo era níveo, hermoso y pertenecía a alguien que no era de por allí. Me acerqué y le dije que saliera, que no tuviera miedo y cuando salió del escondite, todavía lloroso, vi el ángel más hermoso que jamás volveré a mirar. En instantes, me enamoré: era el chico que todas queríamos tener por novio, el galán de las telenovelas, el muchacho de las películas, el príncipe de los cuentos; tenía un rostro precioso.

Me puse nerviosa y con voz algo torpe le dije mi nombre y él me dijo el suyo que me pareció sumamente extraño porque nunca lo había oído y porque pensé que a quién se le ocurría ponerle un nombre como ese a un hijo. Luego me contó su triste historia, me habló de su padre que era arquitecto y de su idea de las alas para escapar de una isla donde habían estado presos. Vi las plumas ancestrales en su espalda, algunas manchadas de rojo, y el pegamento desleído que el sol había derretido. Le quité el cordón que lo amarraba a aquellas estropeadas alas y quedó completamente desnudo con su rizada cabellera libre. Nuestras miradas, de jóvenes de 14 años, se encontraron y la magia surgió de inmediato. Lo invité a pasar, le di una cobija blanca para que se calentara.

Después nos acostamos en la hamaca, allí nos miramos tiernamente, nos tocamos las puntas de los dedos suavemente, bajo la callada noche que prometía eternidad... En la madrugada noté que no estaba a mi lado. Sin éxito, lo busqué por todas partes; deambulé por las escenas cercanas sin localizarlo y solo conseguí algunas plumas sueltas que no llevaban a ningún camino. No podía entender qué estaba sucediéndome. Estuve cavilando largo rato, tal vez porque todo cuanto quería era siempre tan inaccesible y al mismo tiempo tan cambiante. Me quedé muy desconsolada pues no le pude decir que ese inolvidable encuentro cambiaría para siempre mi vida…

Muchos años después, a mis manos llegó un libro que contenía la historia de Dédalo y su hijo Ícaro. Después de haberla leído no podía creer lo que me había pasado a mí. Desde esa noche tan especial, siempre miro al cielo a ver si veo caer a un ángel.

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¡Gracias por su lectura!