REFLEXIONES DEL MISÓFONO — De la rima y la métrica

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(Edited)

… como los buenos poetas a quienes la tiranía de la rima obliga a encontrar sus máximas bellezas.
Marcel Proust

Para conocer al personaje leer:


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Nociones como la rima y la métrica no tienen para mí mayor valor. ¿Cómo podrían tenerlo?, si he eliminado de mi realidad el sonido del lenguaje humano.

Puedo igualmente reconocer estos aspectos en un escrito, así como podría, de quererlo, crear versos respetuosos de una métrica determinada y bien rimados. Y es que para eso, en última instancia, no hace falta recurrir al sonido; alcanza con conocer las leyes de acentuación y de silabación y con advertir la coincidencia gráfica del final de dos palabras o, más exactamente, de sus expresiones fonéticas, ya sea para registrar rimas consonantes o asonantes (aunque ignoro el motivo de esa predilección por las vocales sobre las consonantes).

Ciertamente que para mí todas ellas son nociones tan abstractas como la del alma. Pienso en ellas como en entidades de un universo ficticio; no representan más que una construcción lógica. Y ni el hecho de que mi conciencia las registre como parte de una vivencia pasada o de que tema experimentarlas en el futuro las vuelve reales.

Escribí al comienzo: "Nociones como la rima y la métrica no tienen para mí mayor valor". Bien, lo releo y reconozco una frase por completar. Ella concluye con un adverbio intensificador: “mayor”, de manera que, siendo estrictos, debería incluirse una proposición subordinada con la que la comparación iniciada se cerraría. Es decir que valdría que se me pregunte: "¿La rima y la métrica no tienen para mí mayor valor que qué?"

Debo observar que la rima no es más que la repetición de una secuencia de fonemas a partir de la sílaba tónica al final de los versos. Cierto que tanto el concepto fonema como el de de sílaba tónica son para mí ficticios, pero en el idioma español hay una alta correspondencia entre los fonemas y las letras, con lo cual muchas de esas rimas suelen mostrar una repetición gráfica en el final de los versos. Y allí encuentra uno entonces ese valor estético que brinda toda simetría y que en ocasiones nos lleva a hablar de belleza.

Ahora bien, en este contexto no parece haber razón para juzgar mejores a esas repeticiones al final de los versos que las que pudieran darse, por caso, en el comienzo de los versos, o en medio de ellos, o en un espacio que varíe de verso a verso de forma escalonada o incluso salteada.

Por otro lado, la métrica, es decir, la coincidencia del número de sílabas que contiene cada verso, es, por lo arbitrario o antojadizo de los criterios de silabación, mucho menos interesante que si la coincidencia entre versos se encontrara, por ejemplo, en el número de palabras o de caracteres empleados.

En definitiva, aunque es cierto que las reglas de la rima obligan al poeta a encontrar relaciones entre palabras que de otra forma tal vez no surgirían y que de entre ellas puede brotar una belleza particular, tal como expresara Proust, no es menos cierto que reglas diferentes pero equivalentes logren otro tanto, y cabe preguntarse también si acaso el sometimiento de nuestro poeta a alguna tiranía mayor que la de la rima no podría forzarlo a encontrar bellezas más portentosas en tanto que exclusivas.

En ese sentido, y siendo la simetría el principio que subyace en la rima (también en la métrica), debería juzgarse, en el ámbito de la escritura, a esa repetición secuencial de unas pocas letras al final de cada verso como una hermana menor de otras manifestaciones que hallan su justificación en la repetición de la totalidad de las letras empleadas y que, no obstante, consiguen variar el significado, como es el caso de los calambures, de los anagramas (si bien aquí la repetición de las letras no es secuencial) y de lo que acaso deba considerarse la simetría mayúscula del reino de la escritura: los palíndromos, en los que la secuencia de letras se repite en su totalidad en orden invertido.

Es cierto que estas consideraciones dejan de lado el aspecto fundamental y meritorio de la rima y la métrica: la musicalidad. Pero entonces debe reconocerse que su sentido estético, su belleza, su justificación poética, reside en la sonoridad, en la palabra dicha, en la declamación y el canto. En ese orden de cosas, cabe pensar que harían mucho mejor nuestros poetas si en lugar de publicar este tipo de poemas por escrito, contribuyendo con ello a la proliferación de libros inútiles, los grabaran sonoramente para distribuirlos en soportes de audio. ¿Acaso elegimos leer las partituras de las piezas musicales antes que escucharlas interpretadas? ¿Por qué entonces habría de preferirse leer, en lugar de escuchar, aquellos versos cuya razón de ser se revela en su sonoridad?

Sin embargo, es tal el grado de insensatez que gobierna estos asuntos, que cuando se trata de versos obedientes a la rima y la métrica, la crítica especializada no duda en hablar de poesía, a la que se la considera propiamente como un género literario; en cambio, a los anagramas y palíndromos se los observa apenas como a simples juegos o curiosidades lingüísticas. Teniendo en cuenta que la literatura refiere a la palabra escrita, parecería más acertado aceptar como géneros literarios a las expresiones que se relacionan de forma directa con ella antes que a las que debe vincularse primariamente con la palabra hablada.

Que se valore la rima en toda su dimensión, nadie se opone a ello, pero que se lo haga en su dominio, la oralidad, que es el ámbito que acredita tal valoración. La escritura de las rimas acaso se justifique tan solo como una suerte de guía para quien vaya a declamarla, con la gracia necesaria, frente a un auditorio. Pues tan ociosas resultarán las rimas de los versos impresos ante una decodificación silenciosa, propiamente visual, es decir, en una lectura que no descubra los sonidos,[*] como ocioso resultaría, por poner un ejemplo, para el espectador de una obra teatral el que los parlamentos que pronuncian los personajes constituyeran palíndromos.

Vale aclarara que, si bien el trastorno auditivo que padezco me ha condenado a resolver mi tránsito por esta vida al margen de la expresión oral, no es esa particular circunstancia la que motiva mi alegato. Sería, en efecto, un grave error interpretar mis manifestaciones como originadas en el rencor, la envidia o algún otro sentimiento por el estilo hacia quienes gozan de una existencia plena de palabras pronunciadas y escuchadas.

La realidad que me ha tocado en suerte la acepto con sumisión y humildad, entendiendo, como se desprende en el fondo de todo lo que aquí se ha expuesto, que las privaciones que se nos imponen se constituyen en los fundamentos que conducen hacia niveles más profundos de conocimiento.

[*] Debemos reconocer, no obstante, que aun cuando el lector no emita sonidos puede estar “escuchando” psíquicamente las palabras que lee. Es, de hecho, esa posibilidad de reproducir mentalmente los sonidos de las palabras leídas lo que prolongó mis pesares incluso después de que limitara mi contacto con el lenguaje a la palabra escrita. Pero, así y todo, esta suerte de audición virtual es, para toda persona y por muy potente que sea su capacidad de abstracción, de una fuerza y riqueza muy inferior a la audición real.

Otras reflexiones del misófono:



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Magnífico ensayo-ficción, @reyvaj. Las disquisiciones del hablante, que al final se revela personaje, son de mucho interés, pues no solo revalorizan el carácter oral del lenguaje, sino también que introducen la crítica a la poesía como mero arte eufónico y métrico. Saludos.

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