Auto-disección: Mis símbolos del olvido y la muerte.

Hay actos cotidianos que llaman a la trascendencia. Supongo que les ocurrirá a todos en algún momento; encontrarse con tareas y objetos que dejan entrever un significado más amplio revelado de súbito. En el libro de Herman Hesse, Siddharta rechaza el llamado de quien le promete la iluminación, argumentando que su camino a la elevación es muy diferente; consciente de que el capullo del sufrimiento solo se puede abrir desde adentro ¿Si los caminos son, quizás, superpuestos, extremos, opuestos e infinitos, serán cara distintas de la misma cosa?

En la novela de 2666 de Roberto Bolaño, en algún capitulo finalizando el libro, él escritor que le vende la máquina de escribir al personaje de Benno von Archimboldi, le cuenta una historia que de forma implícita da entender lo mismo que en la novela de Hesse: Los caminos, aun los más opuestos, pueden conducir a la iluminación. (Leer la historia es opcional).

La historia, como la recuerdo, es la siguiente: El escritor admira a otro escritor europeo y aclamado; lee sus libros con devoción, sin embargo, una suerte de temor religioso le impide ir a sus conferencias y presentaciones. El escritor ha leído el último libro del escritor europeo y, a esta altura, muy aclamado; le impresiona la sabiduría en sus palabras. Decide ir a una conferencia que casualmente se da en su ciudad. Llega tarde. Pero en la salida, entre las últimas personas, alcanza a ver el rostro del escritor europeo y aclamado, y se convence que esa es la cara de la iluminación; más nunca lo puede ver, porque a los pocos meses el escritor europeo y aclamado, muere; el escritor atesora sus libros y vive bajo la sabiduría de sus palabras. Un día, un amigo doctor, lo invita a su trabajo en la morgue; él, por curiosidad, acepta. En algún punto se le acerca un ayudante de la morgue para solicitar su ayuda y, en ese momento, en el instante que el escritor ve su rostro, distingue, en forma diferente, la iluminación. Sabe, de alguna forma oscura y sin palabras, que es el mismo rostro del fallecido escritor europeo y aclamado. Le pregunta, entonces, si alguna vez ha pensando en escribir un libro. El ayudante, extrañado, responde que no, que nunca lo ha pensado.

Comenzar un libro siempre me da una ligera sensación de tristeza y ansiedad. Es algo momentáneo; su causa, pensar en el abismo insalvable del tiempo trascurrido desde que abriré el libro y lo cerraré. Cuantas cosas habrán pasado. Cuanto habré cambiado. De alguna forma, leer un libro se convierte en una suerte de viaje que terminará cuando lo finalice, y al echar la vista atrás, veré el tiempo trascurrido, lánguido, y me dará miedo. Esta debilidad por los inicios y los cierres, no termina en la lectura; pienso, si alguna vez el autor intuyó que alguien tan lejano en el tiempo iba a leerlo; si en algún momento de su escritura se detuvo, y pensó en lo que en realidad estaba haciendo, lanzar una botella al infinito. El tiempo es el viento porque actúan igual: es invisible en su presencia y nadie puede detenerlo. Abrir un libro, entre otras cosas, es mi forma de sentir mi mortalidad: para mí, el olvido que trae el tiempo es un presagio del fin.

Hace un tiempo visité una iglesia y al caminar en el pasillo frente al altar sentí que había llegado a una certeza. Una certeza en ese momento oscura para mí. Esa noche soñé que llegaba a un mueso y alguien intentaba mostrármelo. Siempre iba delante de mí. No lograba ver nada concentrado en no perder su paso; al cruzar un pasillo quedé solo. Vi desaparecer su figura en otro recodo. Ante mi se abría un pasillo largo y profundo con ventanales altos. La luz se derramaba de unas ventanas altas y caía, oscureciendo ciertos ángulos. Había algo terrorífico en el entrecruzamiento de sombra y luz, como si nunca, nunca, pudiera verlo bajo una mirada única, sino, bajo una mirada de distintos significados que desembocaba en el pasillo. Un viento me hizo despertar.

Cuantos objetos, como el libro y el pasillo, con significados parecidos pero distintos no habrá en el mundo. En mis estudios de psicología, la corriente psicoanalítica le da un énfasis a cada acto y gesto de la psique humana, ya que cada uno de esos movimientos son signos de algo mucho más profundo. El mundo es una interpretación de la realidad: un espejo.

El libro y el pasillo me dieron oportunidad de descubrir mi miedo al olvido y la muerte. Pero quizás, a su vez, el olvido y la muerte solo sean símbolos de algo mayor.