La seducción del anillo: cuando nos ganan nuestras emociones

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La Seducción del Anillo es la frase que suelo usar para referirme a la secuencia del Señor de los Anillos en la que Frodo, por fin, se somete al poder del anillo y, por un instante, breve pero contundente, mira a Sam con otra cara que revela su lado más oscuro. Esa parte en la que por unos segundos, sentimos el temor de perderlo. Su otra parte que triunfó en la lucha entre el bien y el mal que lo llevó a encarnar un combate entre Smeagol, el Gollum por quedarse con el anillo.

Afortunadamente, para nosotros. Smeagol logra arrebatárselo y, poco a poco, Frodo vuelve en sí, alejándose de toda la sombra presente en su corazón y confiando nuevamente en su amigo más fiel Sam. Esta última secuencia crucial para el final de esta trilogía deja al descubierto el poder del anillo sobre las personas. Su capacidad para seducir al que lo posee y apoderarse de él. La fuerza con la que es capaz de nublar la conciencia y sentimientos de una persona, razón por la cual, pues, se desató toda la historia y nos dejó una enseñanza o, al menos, eso creo yo, todos tenemos luz y sombra dentro de nuestro ser y que queda de nosotros decidir de que lado vivir.

Frodo, por un momento, sucumbió. Su lucha no fue fácil, pero, salió de eso. Fue rescatado y volvió al camino. Desde el momento, en el que tomó el anillo, su vida cambió, pero fue cuando el tomó la decisión de ponérselo lo que marcó su vida. Él ya no fue igual, porque de algún modo este personaje conoció sus extremos y las consecuencias que trae sucumbir ante ellos.

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De alguna manera, esta analogía sirve para sacarla de la película y reflexionar en torno a ella, ya que encuentro en ella una forma de explicar que todos podemos llegar a tener situaciones intensas (Claro, tal vez, ninguno de nosotros tengamos que cargar con el anillo y destruirlo en el mismo lugar donde fue creado) que, sin pensarlo, pueden llevarnos a sucumbir a los poderes de la ira o la tristeza.

Estas dos emociones podrían dibujar un panorama complejo que podría llevarnos a querer a pensar en el suicidio o, quizás, enfrentar encarnizadamente a alguien, hiriéndolo de tal manera que lo afectaríamos para toda la vida. Dejarnos seducir por el anillo o, en este caso, por la tristeza y la ira, pone en evidencia nuestra esencia humana, eso que nos demuestra que alguna vez podemos llegar a ser oscuridad y arrasar con todo. Afortunadamente, en esos momentos surge una chispa que aclara todo, pone todo en su lugar y volvemos a la senda de la claridad, siendo lo más importante de todo eso aprender a contenernos, a respirar, posponer nuestro desenfreno y discernir entre lo que nos hace bien y lo que no, entre lo que queremos y lo que no.

Preguntarnos ¿Esto es lo queremos? ¿Quiero vivir desde la tristeza o desde la ira? Probablemente, todos in-concientemente digamos no quiero vivir en las sombras, quiero vivir en la claridad y quiero claridad para todos y todo lo que rodea, sin embargo, no es tarea fácil dejarse arrastrar por esta emociones, solo queda respirar, meditar, soltar y perdonar (perdonarnos) para ser capaces de lidiar con nosotros mismos y de esta manera llevar luz a nuestro interior y los demás, porque, al final de día, sólo conociéndonos seremos capaces de construir una relación más noble con nosotros y los demás.

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¡Un abrazo, holoslovers!

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