“Es imposible que sea culpable”. “Debe haber un error”. Estas fueron tan solo algunas de las frases que se escucharon en el tribunal, justo después de terminar el juicio y ser declarado culpable. Nadie esperaba una condena, nadie suponía que él podría estar en esta situación. Pero estaba ocurriendo, era completamente real. ¿Y quién era él?

Quizás si los demás supieran la verdad, si supieran cuanto daño había causado durante su vida, entenderían que, más allá de cualquier duda razonable, el castigo, la condena, era más que merecido. Es más, si le preguntaran a él mismo, diría que estaba bien la decisión.

Y es que había sido un forajido, actuando siempre al margen de la ley. Aunque no sabía nadar, sabía cómo moverse en las lagunas que podían encontrarse fácilmente al leer una y otra vez las leyes. De hecho, había sido atrapado en más de una oportunidad, pero siempre encontraba la forma de salir ileso, o al menos con solo una amonestación.

Por todo esto, se creía invencible, sentía que estaba por encima de los demás, actuando sin miedo a las consecuencias, sin miedo a nada de lo que pudiera pasar, y sin pensar en aquellos a quienes lastimaba, aquellos a quienes una y otra vez les causaba dolor. Lo sabía, lo entendía muy bien, pero poco le importaba.

Era como si no sintiera, como si las penas y tristezas sufridas a lo largo de su vida hubieran bloqueado esa parte de sus emociones. La soledad, el pesar y la empatía se habían apagado en él. Si acaso aún las tenía, disimulaba muy bien esas emociones. Es muy probable que luchara consigo mismo por esa razón, es posible que se sintiera raro o diferente por ello, pero nada de eso justificaba su mal proceder.

Y no es que causara daños graves, al menos no siempre. Gracias a la ayuda de sus abogados, entendía cómo debía moverse, cómo debía comportarse y tal vez por eso se sentía por encima de la ley, al menos hasta ahora, hasta ese día en el que un error más fue suficiente para ser juzgado y condenado. Nada ni nadie lo pudo haber salvado, nada ni nadie pudo intervenir a su favor.

Y la verdad es que él tampoco quiso defenderse más. Al ver las consecuencias de sus acciones, al pensar en todo el daño que ha causado a lo largo de los años, tenía claro que su condena era más que merecida, y que cuanto más rápido aceptara su destino, más pronto podría empezar a cambiar, a ser un mejor hombre, a esforzarse por ser la nueva versión de sí mismo.

Está claro que demostrar que es diferente, que se arrepiente de sus errores y que nunca más volverá a ser lo que un día fue, requerirá de tiempo, tal vez más de lo que él mismo se imagina, pero está resuelto a conseguirlo, decidido a aprovechar este tiempo para cambiar.

Y si alguno se está preguntando cómo es que sé lo que pasa por la cabeza del acusado, del condenado, es muy fácil de explicar. Es porque durante todo este tiempo he estado hablando de mi mismo. Y por eso lo tengo muy claro, aunque la condena sea dura, valdrá la pena, y lo único que pido es tiempo, tiempo para arreglar las cosas, tiempo para cumplir mi promesa, tiempo para ser diferente. Porque solo eso necesito, un poco de tiempo para cambiar.