Relato: Recuerdos de un pasado lejano

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Reflexiones de una reina terrícola

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Fuente de la imagen: Pexels

Asentando las ofrendas en el altar de una de las Grandes Tumbas de Antuan, me pongo de rodillas y empiezo a rezar a Madre Luz, Madre Sombra por un momento antes de contemplar con detenimiento la placa con letras doradas.

Mi familia terrícola se encontraba enterrada en ese altar junto con otras personas que, si bien no conocía, al menos su memoria no era olvidada.

A mi memoria se viene el recuerdo de cómo los había encontrado; miembros aquí y allá, rastros de semen esparcidos sobre el cuerpo de ellas, las vísceras colgando del ombligo de mi hermano... Una imagen horrorosa que no he podido olvidar a pesar de mis 25 lunas, o 50 años de edad. El odio, la rabia, el rencor que me produjo contra un emperador que le importaba un carajo todo con tal de conservarse en el poder; la furia como causa de una guerra que ya estaba cantada.

Todavía recuerdo la última vez que los vi antes de mi secuestro; mi hermano regresaba de su trabajo, mi madre ya estaba durmiendo, mi abuela, mis primos y mi tía viendo algo en la tele. Yo aún estaba cenando un poco de cereal y leche de almendra, intentando borrar de mi mente los sueños extraños que tuve en las noches anteriores, con la sensación de que todo me rebasaba, que me sentía ignorada, que ansiaba ser escuchada, que mis sueños estaban desmoronándose poco a poco. Me sentía vulnerable, sentía el impulso de marcharme de esa casa donde la concordia estaba ausente y la hipocresía reinaba como soberana de todo lo que existe en nuestras vidas.

Las primeras lunas posteriores a la destrucción de la Tierra fueron difíciles para mí en todos los sentidos. La idea de venganza estaba en mi mente; aquello era el motor que me impulsaba a entrenar con Anfytrion, rey de Plutón, en el arte de la espada y el combate. Para ese entonces yo era una de las mecenas de la Rebelión; de vez en cuando los ayudaba con algo de dinero e información de interés.

Quería ver muertos a Ergane VI y a su familia, quienes clamaban con bombo y platillo ser protectores del Sistema Solar y no hicieron nada por evitar la destrucción de lo que se consideraba el Hogar Ancestral. Simplemente no les importaba que miles de nuestros parientes murieran de la forma más brutal posible. Una mentira descarada, asquerosa y malintencionada.

Su burbuja se les reventó mucho antes de la guerra; mi primera venganza contra ellos fue colocar las complicadas piezas del ajedrez político a mi favor. Erynis, hija de Ecclesía, una de las concubinas favoritas de Ergane, y Nonna, la favorita de mi antiguo marido, Haeghar, fueron inculpadas con evidencia falsa. Los sirvientes neptunianos me auxiliaron en la tarea; ellos también clamaban venganza por la crueldad con la que esas mujeres los trataban. Ambas fueron sentenciadas a muerte por el emperador bajo los delitos de traición, una matando a un supuesto hijo de príncipe y la otra como la autora intelectual detrás de la inculpación de Erynis.

Mi segunda venganza fue matar a D'Leh, el hijo favorito de Ecclesía, con mis propias manos durante la Batalla de los Siete Desiertos. Lo último que el maldito infeliz vio fue mi rostro indiferente sin mediar palabra. La última de mis venganzas contra esa familia era avivar entre los saturninos el sentimiento antiimperialista. El pueblo estaba harto de aquella familia, y cuando vieron la oportunidad de derrocarla y eliminarla, la tomó sin dudar.

Después de ello, fui por Talos, quien gobernaba Nibiru y otros planetas en una galaxia lejana. En su harén empecé a intrigar, a ganarme la confianza de las concubinas y de los esclavos, a espiar y enviar información a los Cinco Planetas. Utilizaba a mi favor el cambiaformas, con la cual tomaba la apariencia de mis enemigos.

De ese modo, me cobré la vida de todos los que eran cercanos a Talos, guardando una muerte horrorosa a Kilaia, la emperatriz y la autora intelectual del asesinato de mi familia, y al propio Talos, quien ya esperaba morir desde que matara con sus propias manos a mi madre, a quien él aún amaba a pesar de que ella aún amaba al cobarde de mi padre.

Sobre el destino de mi padre, solo puedo decir que mi abuelo le otorgó una "paz" merecida... Un veneno que provocaba en su víctima el ascenso a la locura y lo impulsara a tomar su propia vida. Ignoro qué tanto le habrá dicho mi abuelo antes de tan fatal decisión, pero todo parecía indicar que el viejo rey de Nibiru le externó su vergüenza al ser asociado con alguien que abandonó a su propia familia en medio de una crisis y que nunca acudió a la ayuda de la madre de sus hijos. O al menos eso es lo que creo, y francamente no me importa ya.

Ahora, a mis 50 años, miro hacia adelante. Agradezco a la divinidad por haberme dado la oportunidad de esta vida, a la vez que ruego que aquellos que perecieron encuentren la anhelada paz y que, si han de reencarnar de nuevo, que en esa nueva vida al menos no cometan los mismos errores de su vida anterior.



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