Relato: De hospitales y altas


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Las dos de la tarde era la hora definitiva para saber si te llevabas o no a uno de tus parientes que se encuentra hospitalizado por una operación de vesícula.

Personalmente prefieres dejarle ahí una semana más, pues cualquier cuidado especial requería de una enfermera o un médico experimentado. Pero vamos, estás hablando de la Seguridad Social, no de un hospital privado al cual podrías pagarle mil pavos por aguantar a tu familiar una semana más hasta el retiro del catéter central, una cosa insertada cerca del pulmón, y de la sonda pegada en el hueco de donde le extirparon la vesícula, la cual anda filtrando lo que sea que estuviese pasando por los tubos pequeños.

De inmediato empiezas a pensar cómo podrías hacerle para el vaciado de la sonda sin que tu pariente peligre, porque reconoces que no eres una experta en el campo y que tus manos te tiemblan de un miedo descomunal nivel Dios.

Llega el almuerzo. Tu pariente no quiere comer nada. Se queja de que es lo mismo que le sirvieron en la mañana y que quiere otra cosa. Mentalmente te das una palmada en el rostro; limosnero y con garrote, reza un dicho, y con justa razón: todavía que la familia mueve cielo, mar y tierra para procurarle atención inmediata ante la gravedad de la situación, tu pariente se pone de exigente con la comida que el nutriólogo le envía por su bien.

Da media hora antes de que termine el primer horario de visita. Bajas a avisar al guardia de que a las 2 el médico iría a visitar a tu pariente. El guardia comentó que debes salirte para ingresar en el siguiente horario de visita, y que le dejes instrucciones a tu pariente sobre si se marcha, si no se marcha, si la tomatina se cocina o no.

Avisas a media parentela de que no haga ninguna operación hasta confirmar salida pronta o tardía. Te sugieren que le pidas su número telefónico al médico que atendió a tu pariente. Como buena persona criada en el respeto a las reglas hospitalarias que a nadie le interesan, dices que sí pero no dices que es tan probable que no te de el número por protección, así como el menú de lo que debe comer tu pariente es competencia del nutricionista de turno.

Estás ya hasta el moño del desastre de administración que supone aquél hospital de apariencia grande, pero con espacios reducidos para sus pacientes, pero no tienes de otra que esperar un par de horas más para saber qué diablos pasó con tu pariente. Y mientras aguantas la espera, te sientas en la explanada, esperando el momento oportuno para ingresar nuevamente a la zona de peligro.



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2 comments
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Muy bueno tu relato @vickaboleyn , cuadro realista de la situación dramática que viven (o sufren) familiares de los pacientes de los hospitales públicos de muchos países de nuestro continente. Huelgan la descripción del plano externo de los personajes y la precisión temporal o geográfica del drama del único personaje de una historia común y corriente. Me gustó; saludos desde Caracas.

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¡Muchas gracias por tus palabras, @pelulacro! En efecto, este tipo de situaciones lo vivimos muchos de los que tenemos que lidiar con el sistema de salud público, el cual está sobresaturado y, en el caso de México, con importantes recortes en presupuesto y corrupción inmensa entre los mismos trabajadores de las instituciones. Recién salió mi madre del hospital tras cinco días de haber sido operada de la vesícula, y con muchas improvisaciones médicas por parte de los trabajadores del lugar en aspectos protocolarios de cuidados del paciente en casa.

¡Saludos, mi estimado, y que tengas un bonito día!

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