Relato: De conteos y bilis


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Cuidar a una persona recién operada de la vesícula siempre ha sido un reto desde tiempos inmemoriales. O al menos eso es lo que quieres pensar ante la carga emocional que se te ha venido encima apenas iniciando el año.

En un sistema público de salud muy sobresaturado y con un presupuesto más que recortado en época de elecciones, era de esperarse que a tu familiar le sacaran de mil patadas a los cinco días de haberle extraído la vesícula; detrás de tu pariente hay cientos de miles que requieren esa misma atención. También era de esperarse que algunos derechohabientes te estén narrando historias de horror que te hagan dudar de la competencia y capacidad de los trabajadores de la clínica en donde operaron a tu pariente; ver a una señora llorar del coraje mientras narraba cómo su marido casi moría por el cáncer debido a un pésimo procedimiento por parte de los médicos del hospital te hace pensar dos veces en entablar una relación de confianza profesional.

Podías entender que la institución se encuentre rebasada en su capacidad de atención, más cuando se atraviesan recortes presupuestarios y las elecciones. Podías entender la impotencia del médico al verse muy limitado y amenazado; si hay algo que el trabajador de sanidad pública le tenga más miedo que a la muerte es sin duda a la posible pérdida de su empleo a razón de exigir un reparto equitativo de recursos que pueda permitirle salvar vidas. Podías entenderlo porque no es la primera vez que te encuentras con una burocracia tan exasperante como la del hospital de turno; para todo se requiere visto bueno, firma, sello, y la voluntad suprema del delegado estatal.

Pero así como comprendes el dilema que atraviesa la institución en plena época de campañas electorales inútiles y obras faraónicas, también comprendes que el usuario final, el paciente, no es culpable de la inutilidad o corrupción de la punta piramidal hospitalaria. De hecho, el paciente es el que termina pagando los platos rotos, sea empeorando su cuadro de salud o muriéndose en lo que espera su cita dentro de dos, tres, hasta cinco meses. No te extraña, pues, que muchas familias se endeuden a lo grande para llevar a su pariente a la iniciativa privada a la primera complicación

Dichosas esas familias que hacen eso, sabiendo que tienen cómo solventar esa deuda. Tú no puedes hacer lo mismo con tu pariente porque tu salario pequeño no te lo permite; vamos, ni siquiera te puedes costear a una enfermera capacitada para que te auxiliase en el conteo de ese líquido verdoso llamado bilis. O al menos para que te enseñe cómo hacerlo de forma debida, sin tanto circo y melodrama, acompañado de rezarle a Dios, a Buda, a Odín, a Huitzilopochtli, a la divinidad que se te ocurra con que no pesques una infección que pudiera llevarte directamente a la tumba.

Porque a la bendición de Dios te colocas guantes quirúrgicos de látex y cubrebocas, preparas los recipientes necesarios para hacer la contabilidad a jeringazos, y grandes cantidades de cloro para desinfectar hasta los zapatos que llevas puestos. Te haces mil posturas corporales para que, en el baño, cuentes cuantas jeringas de 10 ml drenó tu pariente mientras te aguantas las ganas de vomitar al percibir el penetrante olor a hierro.

¿Qué si estás aprendiendo algo de todo esto? Sí. A medir la bendita bilis a punta de jeringazos de 10 ml y a detestar más a la clase política al grado de querer lanzarles el bendito líquido en la cara.



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3 comments
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Realmente hay algo peor que el cáncer y son los encorbatados de sueldos increíbles que drenan a un pueblo, mediante engaños y mentiras. Se eternizan en sus puestos a costa del sufrimiento y dolor de los pobres.

Gracias por compartir.
Excelente noche.

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Así es, mi estimado @rinconpoetico7 . Esa gente es la que, sinceramente, dan ganas de echarle todo el líquido biliar en la cara. Jamás entenderé cómo es que hay gente que aún cae en la ilusión de que equis o ye persona proveniente del mundillo de la política sea una persona honesta, cuando la realidad es que es muy corrupta. ¡Saludos y que tengas un bonito día!

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