No deja de llamar la atención que los romanos, que fueron tan buenos guerreros y juristas y tan buenos en eso de construir arcos y acueductos tan bonitos, hayan tenido tan poca imaginación cuando inventaron la numeración, porque eso de que los números sean nada más que un palito dispuesto de manera distinta, no solo demuestra pereza creadora, sino una tontera rayana en la cretinez.

     Que si un palito para el uno, que si dos palitos para el dos y que si tres palitos para el tres. Y de ahí en adelante lo que siguen son también palitos, porque ¿qué es el cuatro sino un palito más dos palitos pegados en su base y abiertos en el coco? Y ¿qué es la «V» sino dos palitos que se encuentran en su base? ¿Y qué es la «X» sino dos palitos que se cruzan? Y la «C» ¿no es un palito curvado por el tiempo?, ¿y la «D»? un palito bueno y otro curvado por el tiempo. ¿Y la «M»? simplemente cuatro palitos, dos en los extremos para sostener a los dos del medio. Vergüenza debería darles con los indios y los árabes que hicieron dibujos diferentes para la representación de cada número.

     Bueno, que los números romanos en la actualidad hayan quedado únicamente para indicar los siglos y enumerar secciones, tan solo ellos tienen la culpa. Aunque algo se les tiró en la Ortografía de la lengua española de noviembre del año 2010. Una norma chiquita, pero peor es nada.

     Ahí quedó asentado que se deben escribir con mayúscula, preferentemente con fuente versalita; pero, si se refieren a un nombre propio, deberán escribirse en el tamaño habitual de la mayúscula. Dice también la Ortografía de la lengua española que la única excepción es cuando se usan números romanos para enumerar apartados o elementos de una lista, que se escriben con minúsculas y son los que se conocen como romanitos.

     Existe, pues, la norma. Así que si escribimos los siglos con números arábigos o con romanitos estamos lejos de lo recomendado.