Somos hijos del pecado.

Fuente
Contra todo pronostico, y lo hicimos. Nacimos, y ahora debemos seguir siendo agentes del cambio. Nos llamaron herejes, por salir del amor puro, ese que no ve colores, ni tradiciones, solo el latir de un sentimiento.
¿Y dónde estamos? Olvidados en las tierras de la locura, donde no reconocen nuestro divino derecho de pertenecer. Da para pensar, que para el amor existan barreras, pero no la barbarie que ha calcinado nuestras tierras por mucho tiempo.
Incluso tiene precio nuestra sangre, porque su legado es más importante que vidas inocentes que quieren velar por un cambio, en el hogar que no los quiere, pero que sueñan con reformarlo.
No podemos ir ni a este, ni al otro lugar, porque no aceptan nuestra naturaleza, como si el color de piel mezclado tuviera una especie de veneno contra aquellos blancos como el mármol, y fuera muy impuro para aquellos con un tono que evoca más al ébano.
Nos imponen la idea de que Dios atacará con toda su furia, por querer unir nuestros orígenes, dando una bofetada certera a la lógica del amor de su Dios, que más bien parece un verdugo.
No somos más especiales, ni mucho menos inferiores, pero si que tenemos una claridad de como es el mundo en realidad, y aunque en tierras más lejanas, no existe tal odio, nosotros queremos hacer grandes, nuestros modestos espacios cegados por un enojo milenaria, que poco a poco se convirtió en furia, y luego, en animadversión.
Nos hemos sentido odiados por demasiado tiempo, ya nos parece suficiente, pero, acaso ¿las conciencias se pueden limpiar desde adentro sin ningún factor externo que los haga abrir los ojos?
Somos hijos del pecado, porque nuestros padres decidieron olvidar toda una serie de leyes que no buscaban amor sino historia, sin saber que probablemente, la historia se consigue en base al amor, al menos una menos intolerante.
Somos hijos del pecado, porque no nos atamos a nada, pero ahora nos entristece como existen esas cadenas en tiempos más flexibles.
Así somos, nacidos de lo impuro e impensable de dos sociedades distintas, que pisan la misma tierra en la que se odian así mismos en el fondo.
Tal vez no vivamos para contar como unimos estas naciones, pero en la próxima reencarnación, disfrutaremos de nuestra lucha, en tiempos más adecuados a la paz que nos merecemos. Pero no pensemos en el futuro, si no tenemos un presente que nos respalde, eso si, sin jamás olvidar que:
Somos hijos del pecado, con ansias inmensas de absolvernos ante los ojos de la realidad.
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