Contacto | Relato |

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Contacto.png Fotografía original de Pexels


«¿Por qué? ¿Por qué no anda?» se cuestionó mientras repasaba los cálculos; todo parecía estar en orden. En teoría esa vez debió funcionar, sin embargo el resultado fue totalmente opuesto a lo esperado. Terminó con quemaduras en su brazo derecho, y una sección importante del taller, luego del reciente último intento de activación. Pero el dolor físico y la pérdida material no lo agobiaban en lo más mínimo. Por otro lado, la frustración que le causaba el artefacto no lo dejaba dormir.

Solo cuando su cuerpo se derrumbaba, abatido, presa del cansancio, podía descansar algunas horas. A veces el agotamiento y la fatiga ocasionaban que cayera, más desmayado que dormido, a metros de su habitación. Por ello optó por llevar un viejo colchón hasta el área de trabajo, y pasó a dormir allí por las siguientes semanas. Su dieta se basó en comida instantánea y optó por tomar algunos antibióticos ocasionales y no prestar mayor atención ante la sospecha de que las quemaduras y cortadas de su cuerpo, gajes del oficio, estaban infectándose. Justo antes de dormitar, después de casi tres días despierto, reflexionó sobre su salud y llegó a la conclusión de que todo al final valdría la pena si tan solo lograra que aquel armatoste marchara correctamente.

Juraría que durmió varios días, aunque en realidad había perdido la noción del tiempo por completo, y seguiría dormido de no ser por el brillo verdoso que resplandecía sobre su rostro y, evidenció cuando abrió los ojos, toda la habitación. La luminiscencia provenía de un halo posado frente a él, de poco más de un metro de diámetro, que aparentemente flotaba a escasos centímetros del suelo. Saltó de la improvisada cama y miró absorto a aquella presencia. Palpó su frente para comprobar que no estuviera padeciendo la locura de las fiebres, producto de sus infectadas heridas. Sin embargo, más allá de su corazón anormalmente acelerado por el asombro, se sintió bien, más descansado y atento que de costumbre. Repentinamente el círculo irradió más luz que instantes antes y de él salió, expulsado, una persona.

Miró incrédulo al individuo que acababa de atravesar el ya desvanecido portal. Su tez pálida denotaba que no tuvo mucho contacto con los rayos solares recientemente, vestía con harapos que antes fueron una camisa blanca, ahora amarillenta, y un pantalón marrón, rasgado y descolorido. Bajo sus ojos color café se extendían largas ojeras malva y en la cabeza los primeros signos de alopecia. Era un sujeto de estatura promedio, raquítico, con terribles cicatrices en los dos brazos y el cuello. Aunque unos años más viejo, ese hombre era una copia de sí mismo.

—Tengo tantas preguntas —dijo de inmediato.

—No tenemos tiempo —respondió el más avejentado, que comenzaba a notarse asustado —. Ellos ya vienen —«¿Ellos?».

Inició un breve intercambio de palabras entre ambos hasta que el visitante exclamó, casi como un ruego: «No termines la máquina. Destrúyela».

—Es el trabajo de nuestras vidas —escuchar aquellas palabras le hizo sentirse insultado; cómo podría siquiera sugerir que dejara la máquina; destruirla era mucho menos que una opción viable —. Es el trabajo de mi vida —enfatizó, enojado.

Antes de que su yo alterno pudiera replicar, el halo reapareció a sus espaldas y emergieron un par de criaturas grotescas, de pieles negras y escamosas, con extremidades flacas y un alargado cuello robusto del cual se extendían innumerables tentáculos; unos cortos, apenas pequeñas protuberancias, y otros tan largos como un brazo; todos parecían moverse por cuenta propia. Ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. Las bestias se llevaron al viajero, que suplicó y gritó: «¡Creí que tendría más tiempo!» seguido de otro intento de palabras, que derivaron en un chillido incomprensible; todo ante la mirada atónita del anfitrión de aquel mundo, que tras asimilar los acontecimientos, concluyó que, a pesar de la advertencia, haría que el dispositivo espaciotemporal funcionara cuanto antes.

XXX

Nota del autor: A secas, esta historia narra el encuentro –mejor dicho, el primer contacto– de un hombre con los perros de Tíndalos. Criaturas lovecraftianas capaces de viajar entre el espacio y el tiempo, y que generalmente acechan a quienes entran a sus dominios. Tal como el caso de, por ejemplo, un humano con una máquina capaz de doblar el plano espaciotemporal. Para quien esté interesado, acá pueden encontrar más información sobre estas intrigantes bestias.

Juan Pavón Antúnez


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Me atrapó el relato! Lo narras de forma fluida y de una forma que te deja atrapado en el relato. Me encanta este tipo de ficción. Un abrazo!

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¡Gracias! Tus palabras mo motivan un montón. ¡Saludos!

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Buen relato, @pavonj. No puedo evitar preguntarme qué pasará más adelante cuando el personaje termine la máquina; aunque lo más probable es que todo sea un desastre. Siempre es grato leer historias basadas en el horror lovecraftiano. Saludos.

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Gracias, @juniorgomnez. Probablemente el personaje terminará en un bucle. Cometiendo los mismos errores, y advirtiéndose a sí mismo de ellos, una y otra vez.

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