Reverberación Divina (Ensayo corto y Poema)

Interior de la Catedral Nuestra Señora del Carmen en Maturín - Foto de mi Autoria

A las musas les encantan aparecer en los momentos y lugares menos adecuados, susurrando las ideas más impías, pues están aburridas de la plana realidad y actúan cual gato que tumba el florero de la mesa "para ver qué pasa".


En medio de la Catedral de Nuestra Señora del Carmen, el gran templo de Dios en mi amada ciudad Maturín, empecé a reflexionar sobre el cómo jamás había "sentido" al Señor, pero si le había oído. No como Moisés o Abraham o algún esquizofrénico de algún asilo olvidado, sino en las palabras del Padre dando misa, o en la de los jóvenes que cantan los interludios, o en cualquiera que hablase lo suficientemente fuerte como para que su voz se vuelva etérea dentro del recinto.

Entonces comprendí lo que significaba "El Templo de Dios": la iglesia es el templo de la voz de Dios, la voz de todos lo que hablan con el señor en sus corazones.

Dios es Verbo, y el verbo es verdad, axioma mayor de la realidad. En la palabra se encuentra lo ausente en nuestro entorno, el sosiego. Nacemos y nos encontramos perdidos, sin rumbo, entonces decimos "Estoy Aquí", y se materializa el "lugar", el Aquí y Ahora; luego decimos "Voy allá", nace un destino y en el transcurso del mismo se crea "La historia", nuestra historia, nuestro sentido en la vida, el cual será compartido por nuestro allegados y nos concederá la verdadera inmortalidad.

La palabra, sea hablada o sea escrita, es santa por naturaleza, a menos a los ojos de humanos, pues en ella está expresada todo lo que nosotros sentimos, vemos y creemos. No por nada con lo primero que dijo el Dios abrahamico, "Fiat Lux", hágase la luz, se creó la primera dicotomía del universo: la luz y la oscuridad, lo visible y lo invisible, lo que fue nombrado y lo que está por nombrarse.

Me resulta difícil pensar en una deidad que no esté estrechamente relacionada a la palabra, al mito y al relato, a lo que se cuenta de generación en generación. Para que un Dios sea alabado debe de existir una representación, una efigiem un monumento, o por lo menos un nombre el cual musitar con terror cuando se ha obrado mal o con gratitud si se ha sido bendecido. Porque la palabra es la efigie suprema, inmaterial y perenne, que pervive al emisor y se aloja en el receptor como un virus, el virus de la palabra. Pueden tumbar todos los templo y monumentos, pero mientras haya una sola persona que recuerde aquella palabra que representa a su Dios, este seguirá existiendo.

Pero, si Dios está en la palabra, y por ende la palabra es santa ¿No debería esta merecer un recinto donde se manifieste en todo su esplendor?. Todo texto sin contexto pierde fuerza, y cualquier texto en un buen contexto puede llegar a la divinidad, por muy banal que sea; pues la palabra suena y resuena rebotando entre las paredes, se vuelve cercana y lejana, omnipresente.

Grita tu color favorito en el lugar adecuado y se volverá palabra de Dios. Funciona, ya lo he intentado, ahora el fucsia es un color Santo, lidien con eso.

Entonces nos encontramos con la catedral, la epítome de la alabanza al señor. Incluso la más modesta de estás edificaciones, como lo podría ser la de mi ciudad, es un portento arquitectónico que rosa el delirio, con bóvedas de altura imposible, vidriales variopintos que brillan mágicamente con la luz del sol, un espacio tan amplio como para recibir centenares de almas en jubilo, alabada sea la arquitectura divina, tanto por Santa como por asombrosa. Y es en ese recinto donde Díos se manifiesta ampliamente en la voz de los feligreses, las palabras adoptan un nuevo color, los cantos calan profundamente en los huesos, entonces toda la parafernalia recobra significado en la mente de los infieles, como ha ocurrido conmigo.

A lo mejor me he equivocado al principio, quizá si he sentido a Dios, de la misma forma que siento la voz de Roger Waters cada que escuchó "The Wall" de Pink Floyd. Porque toda experiencia artística es una experiencia sinestésica: la música tiene un sabor, los colores una voz. A mí me consta que la palabra es divina, pues es un absoluto que guarda la totalidad de los sentidos del ser humano. Pero no hay que dejarnos engañar, la palabra no vino antes del humano; "Pienso, luego existo", seguro, pero para pensar debe de existir un pensador por lo menos como un objeto, el cual usa la palabra para denominarse así mismo como sujeto. Entonces ¿Que fue primero: el huevo o la gallina? ¿Fue Dios quien creo al humano o el humano, por medio de la palabra, creó a Dios? Yo no soy quien tiene la respuesta, y me reservo mis opiniones.

Al final, la divinidad, a mi parecer, no necesita de prodigios imposibles ni de efectos de partículas creados por computadora para existir, solo las palabras adecuadas en el momento adecuado. Para concluir, una décima espinela al respecto:

Voz mística, Voz Divina,
Voz en Reverberación.
De Jehová la Expresión,
La presencia, la Doctrina.
Narrativa que Ilumina,
Santo Cuento Atemporal;
Solo en Magna Catedral
Se Santifica el Relato.
Dios es Verbo, y su mandato

Es Palabra Inmortal.


By NONE

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Hasta pronto y Que Dios Te Bendiga.


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By @ylich



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