Una vez vi en la televisión que los que pertenecen al género masculino, tienen más posibilidades de convertirse en asesinos. Eso lo vi mientras comía tranquilamente mi cereal con bastante azúcar. Según, en una multiplicación que puede ocurrir en el cromosoma "Y" habita el instinto asesino, dijo el entrevistado. También vi, en uno de mis programas favoritos, en otra oportunidad, que los casos de niños asesinos son escasos. Es decir, yo como niña y como hembra estaba lejos de ser considerada una homicida, una criminal, una persona de cuidado.

Eso mismo repetía, una y otra vez, la voz en mi cabeza. Al principio no quise creerle, pero después de la primera vez, todo fue fácil.

No me gustaba mi niñera, siempre ordenándome que me durmiera, siempre evitando que viera la televisión, por eso, cuando frente a ella agarré las tijeras e hice brotar sangre de mi brazo, sonreí porque sabía el resto. Ella corrió toda mortificada, me llevó al hospital y cuando regresamos, la niñera dijo que no había sido ella sino yo, pero nadie le creyó. Todos dijeron lo que había dicho la televisión: un niño no haría esas cosas. Así que tuvo que marcharse con la amenaza de ir a la cárcel por maltrato infantil. Eso, según lo que escuché, haría que se mantuviera a una distancia prudencial de mi casa, porque era una amenaza para mí.

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Después de eso, todo fue fácil. Lo anterior me convirtió en víctima, y a las víctimas se les da la razón, aunque no la tengan. Así que fue sencillo cometer cualquier delito y no ser juzgada. Como la vez que Juancho llevó a su lagartija y dijo que era macho. Yo le dije que era hembra y Juancho me porfió que no. Luego, en el recreo, saqué la lagartija de la caja de cartón con el logotipo de Nike donde Juancho la metía y fui detrás de la escuela. Allí le abrí la panza a la largartija con un pedazo de vidrio. Me sentí feliz de abrirla porque efectivamente, la lagartija era hembra: tenía un montón de huevitos en la panza.

Ese día hubo un escándalo en la escuela por culpa de esa lagartija. Tuve que llorar mucho, creo que en mi vida no había llorado tanto, porque Juancho me culpó de haberla matado. Por un momento sentí la mirada acusadora de los grandes y empecé a llorar para poder demostrar mi inocencia. Hasta el mismo Juancho, tuvo que pedirme disculpas. Pero desde ese día entendí, lo que decían en la televisión: hay que enterrar todo.

_{Imagen de libre uso modificada por mí en Canva}
Con esa premisa comencé a sepultarlo todo, sin levantar sospecha. Aunque qué sospecha podía provocar una niña como yo que jugara con tierra en el fondo de su casa. El problema fue cuando lo trajeron a él, a Boby, el perro, y él comenzó a escarbar en la tierra húmeda. Empezó a sacar muchos huesos de la nada. Entonces tuve qué actuar rápido: le quité un hueso que llevaba en la boca y Boby me enterró sus colmillos afilados. Mis padres no toleraron mayor salvajismo y lo sacrificaron. Yo les dije que solo quería jugar con él, que no sabía que me mordería la mano. Mis padres me creyeron, cómo no me iban a creer si soy tan solo una niña que nunca he hecho nada malo.

MUCHAS GRACIAS POR VUESTRA LECTURA Y COMENTARIOS. HASTA UNA PRÓXIMA OPORTUNIDAD, AMIGOS