Se la eché encima y ella se la escurrió sobre el rostro, jactándose de haber saboreado, por vez primera, aquella grotesca forma que tuve para acabar, ipso facto, en mi primera patraña.

Yo era fanático de la verdad, mas titubeé al revelarle lo que se merecía. Es que ella me propuso los méritos para que yo le aventara, sin nada cortesía, el convulso de lo que mis fibras almacenaban.

Luego, con el pasar del tiempo, me pidió omitir la discreción y al gozo de tal demanda, sulfuraron mi ego, el sarcasmo y el libertinaje. Explorar aquello, terminaría siendo muy aberrante.

Me extasié al volverme violentamente implacable cada vez que ella me pedía que terminara en su boca, llenándola con lo más honesto de mi humanidad y así yo comenzaba a dejar de ser tan impoluto.

Ella también alucinaba, es de las que halla una dosis de lujuria en las pequeñas mentiras y aquello me tienta. Sé que la verdad no seduce porque es menos complicada, sin embargo, lo raro es contradecirme a mí mismo, yo, tan obsesionado por lo franco.

Siempre hay excitación, hay exaltación, hay nervios por elevar la voz y no acorralarme en mis propias mendacidades. Recurriré, por el tacto de mi castellana lengua, a su artimaña de permitidas calumnias.

De pronto, la garganta ya no gime ningún sonido cuando tiene que decir lo incierto... y noto que con la certeza, no se saliva igual, no se jadea de misma forma, no se sienten cosquillas cuando las cuerdas vocales recurren a la honestidad.

La cabeza se me infla cuando me miento y le miento... Esta es una variante en cómo puede levitar mi ser.

Por eso supe que estaba perdido para encontrarme, se había roto lo profiláctico de mi lado deontológico, ese lado que tanto había contenido y que disfrutaba abogar cómo método de galanura.

Estoy disfrutando una nueva fricción tras desnudarme del preservativo. Comienzan a gotear algunas mentiras y me doy cuenta que algo húmedo va fluyendo con más liquido en mi lengua, donde se me hace agua la boca.

Ya no estoy tan lúcido en todo lo que digo. Es que antes, cuando aventaba mis credos más reales, ardía mi interior ante el caos, disfrutaba palpar el miedo ajeno que desorbitaba de lujurias a otros, era correcto pecar sin ninguna omisión y siendo transparente, fiel a decir y querer oír, la orgásmica realidad.

La gente no quiere ningún vacío y existe un relleno desolado cuando rezo por enmendar las severas fisuras de mi discurso. Lo peor es que aún no me lo creo, ni lo acepto, pero ella sí..., ella elige creer y aceptar la mentira como un método de gozo.

Quiero decirle la verdad, pero en las recientes latitudes de aquellas señales, vi que lo reciproco se fue desvaneciendo. Luego, ella fue volviéndose cobarde para devolverme un cómplice gesto.

Lo sé, era extraño, pero exquisito, el banal masoquismo detrás de las incertidumbres.

Ella, con sadismo, me pedía que siempre le dijera la verdad, pero con cada una de mis dosis se inmutaba un poco, se ponía tímida, se retraía mientras, tomando lejanías, me decía que continuara diciendo aquello que la pervertía por dentro.

La verdad tiende a ser muy seca y a mí me empieza a dar sed de una mentira a la que le empiezo a agarrar confianza. Pronto entenderán por qué me mojé por ir en dirección contraria de mi moral.

En el fondo de su ser, en sus expectantes entrañas, ella deseaba sentir lo grueso de la mentira... Ella quería lo duro de mi falacia, lo placentero de lo que no es entero, lo suculento que suena una ficción dibujada con los dedos para saciar la imaginación que tenemos comprometida con la droga de la ilusión.

Recuerdo que la primera vez que drené mi labia, vi que el silencio fue acorralándome, poco a poco, a destajo, con mansalva de soledad, y aún sintiéndome evadido, le dije lo que quería de ambos y eso era tan simple, tan fácil de aceptar, que turbia y puntual llegó la desorientación a la cita e inoportuna surgió la duda de que si lo auténtico pudiera ser mencionado solamente como una opción.

"Nunca me mientas", me dijo y me percaté que sus pupilas desobedecían aquel mandamiento e inquirían que, por favor, le colgara el espeso blanco de de mi contradicción en su angelical faz.

Y claro que la complací, porque al ver ese gesto perverso llenándole toda la cara, también me extasié de placer, especialmente por volver a presenciar cómo ella se consumía mis cohibidas prohibiciones de color lácteo.

¿Entienden por qué comencé a tergiversar? Tengo la sensación de que he perdido muchos aberrados placeres al jamás haber omitido mi franqueza y siento que, muy pronto, el profiláctico roto de mi ética va a estallar ante la presión de unas sádicas blancas mentiras.

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I threw it on her and she slid it over her face, bragging about having tasted, for the first time, that grotesque way I had to end up, ipso facto, in my first hoax.

I was a fan of the truth, but I hesitated to reveal to her what she deserved. It is that she proposed me the merits so that I would venture, without any courtesy, the convulse of what my fibers stored.

Then, with the passing of time, she asked me to omit discretion and to the joy of such a demand, my ego, sarcasm and debauchery were sulking. To explore that, would end up being very aberrant.

I was ecstatic to become violently relentless every time she asked me to finish in her mouth, filling it with the most honest of my humanity and thus I began to stop being so pristine.

She also hallucinated, she is one of those who finds a dose of lust in small lies and that tempts me. I know that the truth does not seduce because it is less complicated, however, the strange thing is to contradict myself, me, so obsessed with frankness.

There is always excitement, there is exaltation, there are nerves to raise my voice and not to corner myself in my own mendacities. I will resort, by the tact of my Castilian tongue, to his ruse of permitted slander.

Suddenly, the throat no longer moans any sound when it has to say the uncertain... and I notice that with certainty, one does not salivate in the same way, one does not gasp in the same way, one does not feel tickled when the vocal cords resort to honesty.

My head swells when I lie to myself and lie to him.... This is a variant on how my being can levitate.

That's why I knew I was lost to find myself, the prophylactic of my deontological side had been broken, that side I had contained so much and enjoyed advocating as a method of gallantry.

I am enjoying a new friction after stripping myself of the condom. Some lies start to drip out and I realize that something wet is flowing with more liquid on my tongue, where my mouth is watering.

I'm not so lucid in everything I say anymore. It's just that before, when I was winnowing my most real creeds, my interior burned before the chaos, I enjoyed palpating the fear of others that exorbitant of lusts to others, it was right to sin without any omission and being transparent, faithful to say and to want to hear, the orgasmic reality.

People do not want any emptiness and there is a desolate filling when I pray to amend the severe fissures of my speech. The worst thing is that I still don't believe it, nor do I accept it, but she does..., she chooses to believe and accept the lie as a method of joy.

I want to tell her the truth, but in the recent latitudes of those signs, I saw that reciprocity was fading. Then, she was becoming cowardly to return me an accomplice gesture.

I know, it was strange, but exquisite, the banal masochism behind the uncertainties.

She, sadistically, asked me to always tell her the truth, but with each of my doses she would flinch a little, become shy, withdraw while, taking distances, she would tell me to continue saying that which perverted her inside.

The truth tends to be very dry and I begin to thirst for a lie that I begin to trust. Soon they will understand why I wet myself by going in the opposite direction of my morals.

Deep inside her, in her expectant gut, she wanted to feel the thick of the lie.... She wanted the hardness of my fallacy, the pleasantness of what is not whole, how succulent a finger-drawn fiction sounds to satiate the imagination we have committed to the drug of illusion.

I remember that the first time I drained my lips, I saw that silence was cornering me, little by little, piece by piece, with a handful of loneliness, and still feeling evaded, I told him what I wanted from both of us and that was so simple, so easy to accept, that cloudy and punctual came the disorientation to the appointment and untimely arose the doubt that if the authentic could be mentioned only as an option.

"Never lie to me," she told me and I realized that her pupils disobeyed that commandment and asked me to please hang the thick white of my contradiction on her angelic face.

And of course I pleased her, because seeing that perverse gesture filling her entire face, I was also ecstatic with pleasure, especially for once again witnessing her consuming my forbidden milky-colored prohibitions.

Do you understand why I started to prevaricate? I have the feeling that I have lost many aberrant pleasures by never having omitted my frankness and I feel that, very soon, the broken prophylactic of my ethics is going to burst under the pressure of sadistic white lies.

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