El odio navega hacia atrás
y termina como una karmática tormenta
sobre quien lo crea, de creer,
sobre quien lo crea, de crear.

Algo nos duele
cuando los odios están sueltos
y nadie nos sujeta.
El timón está roto
e incompleto, mas el alma
surca elegirse a sí misma
cada vez que cruza
la línea de la inquina.

El nudo en la garganta
no suelta sus amarras,
mientras que el sotavento
nubla la vista de salitres
y allí la explicación
de las lágrimas saladas.

Un poco más
sumergido a babor,
en la cubierta del corazón,
yace la cruz movediza de un odio
que se aferra cual grillete
sobre los incautos náufragos.

Los demonios
se anclan del inexperto polizón
y como lastre, sin una catarsis,
el furtivo contrabandea
dolores ajenos
que se vuelven
tan piratas como él.

El odio
zarpa de
retro
seso
y el mástil
de la mente
timonea rostros
que se arrastran
por los íntimos pontos.

Hay achiques de llantos
y el mar está rojo.
Aquello de silgar
parece impulsarte,
al mismo tiempo
que te inunda el bote
de intrasegable dolor.

El odio
es esa cicatriz
en la que cada quien
elige si embarcarse
hacia a lo curable
o para el lado contagioso.

Algo nos duele
cuando los odios están sueltos
y nadie nos sujeta.
El timonel está roto
e incompleto, mas el alma
surca elegirse a sí misma
cada vez que cruza
la línea de la inquina.

Para odiar
hay que tener la voluntad
bien puesta. La rabia sucede
adrede, por ademán de albedrío,
por un bodrio en tu propia sugerencia.

A veces,
detesto
el retro del seso,
no me gusta singlar
hacia el incierto estribor
de mi fondeado criterio.

Estoy varado
sabiendo que odiar,
por muy leve,
está mal,
cometo la alevosía
de odiar a quien perpetra
leguas de odios ex profesos
bienaventurados para lastimar
y, además, no pide auxilio.

Y ya ven
que soy otro
viajero defectuoso
de su enojo.
No medí que
el diablo sabe de atracos
e incluso tiene bitácoras
sobre los deliberantes
odios menos dañinos.

Ya es evidente
que algo nos duele,
porque el odio
siempre encalla
en dos latitudes
que no se pueden zafar
de sus más crueles resacas.

El odio es el mar,
algunos flotan en las olas
y otros se hunden en la arena,
El océano está quieto,
y el traicionero
es uno.

Estoy en la orilla
y la sal me causa
ciertas molestias
que no sospechaba.

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ENGLISH VERSION

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The hate sails backwards
and finishes like a karmic storm
on those who believe it, from believing,
on whoever creates it, to create.

Something hurts us
when hatreds are loose
and no one holds us.
The rudder is broken
and incomplete, but the soul
furrows to choose itself
every time it crosses
the line of iniquity.

The lump in the throat
does not loosen its moorings,
while the lee
clouds the view of saltpeter
and there the explanation
of salty tears.

A little further
submerged to port,
on the deck of the heart,
the shifting cross of a hatred
that clings like a shackle
on the unwary castaways.

The demons
anchor themselves of the inexperienced stowaway
and like ballast, without a catharsis,
the furtive smuggles
other people's pains
that become
as pirate as he is.

Hatred
sets sail from
retro
brains
and the mast
of the mind
steers faces
that crawl
by the intimate sea.

There are weeping billows
and the ocean is red.
That of whistling
seems to drive you,
at the same time
that floods your boat
of intractable pain.

Hatred
is that scar
in which each one of us
chooses whether to embark
towards the curable
or to the contagious side.

Something hurts us
when hatreds are loose
and no one holds us.
The helmsman is broken
and incomplete, but the soul
sails to choose itself
every time it crosses
the line of iniquity.

To hate
it is necessary to have the will
rightly set. Rage happens
deliberately, by willful gesture,
by a garbage in your own suggestion.

Sometimes,
I hate
the retro of the brain,
I don't like to sing
to the uncertain starboard
of my anchored judgment.

I am stranded
knowing what to hate,
however slight,
is wrong,
I commit the malice aforethought
of hating those who perpetrate
leagues of ex professed hatreds
blessed to hurt
and, moreover, does not ask for help.

And you see
that I am another
defective traveler
of his anger.
I did not measure that
the devil knows about robberies
and even has logs
about the deliberative
less harmful hatreds.

It is already evident
that something hurts us,
because hate
always runs aground
in two latitudes
that cannot escape
from its most cruel undertow.

Hatred is the sea,
some float on the waves
and others sink in the sand,
The ocean is calm,
and the treacherous
is one.

I'm on the shore
and the salt causes me
certain discomfort
that I did not suspect.

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