Fuentidueña y la monumental iglesia románica de San Miguel

Yo sé, que hay personas, tan absortas, quizás, en su simple y acotada estrechez de miras, a las que no agrada que otras, dejándose llevar por su pasión frente a algo que verdaderamente les motiva, se atrevan a exponer sus propios criterios, valiéndose -¿por qué no?- de todos los recursos literarios y culturales a su alcance, en un intento de desahogo altruista, que no tiene otro objeto que el de compartir con el lector ese fluir de sentimientos, que les provoca algo tan propio y tan maravilloso, como puede ser un patrimonio histórico, artístico y cultural del que se sienten honradamente orgullosos.

Cada viaje, cada lugar a visitar es siempre una invitación a la aventura, donde cada uno es libre de participar o no, como libre es, por añadidura, de aceptar o no, las indicaciones que su guía o cicerone tenga a bien presentarles, posiblemente, con la única finalidad e intención de hacerles más grata y cualitativa la aventura.

Con esa finalidad e imbuido por ese espíritu, hoy quiero invitar, a todos aquellos lectores, libres de algo tan odioso como los prejuicios y que quieran acompañarme, a volver, provisionalmente, a un pueblo de la Vieja Castilla -cuyo sudor, sangre y sacrificio hizo posible que en sus pendones comenzara a figurar la leyenda Plus Ultra o Más Allá, que hizo realidad un Hito histórico, como fue la travesía del Atlántico y el descubrimiento del Nuevo Mundo, cortando por lo sano con los viejos condicionamientos que no permitían el atrevimiento de navegar más allá de las famosas Columnas de Hércules- llamado Fuentidueña y dejarse seducir por el encanto de una iglesia, que además de ser románica de pura cepa, está también considerada como uno de los edificios más relevantes de dicho Arte, no sólo de la Comunidad de Segovia, a la que pertenece, sino también, de toda España.

Dejando aparte la decadencia del lugar y centrándonos exclusivamente en la deliciosa arquitectura de los siglos XII a XIII, que observaremos, varada cual un arca metafórica en lo más alto de la antigua villa, tal y como en el pasado se hacía con los templos consagrados al todopoderoso Júpiter -regla y constante, que ya era consagrada por Vitrubio en su Tratado de Arquitectura, materia que estuvo vigente en las universidades hasta tiempos relativamente modernos- el templo que se nos ofrece a la vista, incluso herido por las posteriores y cabría decir, inevitables incorporaciones modales, que entre otras cosas, le hicieron perder su original planta de cruz, es todo un ejemplo de armonía y funcionalidad, rematado por una galería porticada, que haría escuela, extendiéndose por lugares adyacentes.

Mantiene sus dos pórticos originales de acceso: uno, situado en el lado de poniente, que se denomina ‘Puerta del Perdón’ -entre cuyas funciones, como se constata en otros templos, como la iglesia del monasterio de Santo Toribio de Liébana o la de Santiago, en Villafranca del Bierzo, no se descarta la de condonar el resto del camino a los peregrinos, que enfermos, no podían continuar su viaje hacia Compostela- y la principal, situada en el lado sur de la nave y protegida por el tejaroz de la galería porticada, cuya funcionalidad, aparte de la simbólica -generalmente, una referencia a las puertas de Jerusalén, la Ciudad Santa, a la que estaban orientadas también las cabeceras- era la de proporcionar cobijo y abrigo frente a las inclemencias del tiempo.

Dada la diferencia que se aprecia en las esculturas exteriores e interiores, no se descarta, en absoluto, la mano de diferentes canteros o escuelas, que laboraron en comandita, si bien, parece ser que la que levantó la galería porticada, lo hizo con posterioridad.

Común a toda la escultura simbólica que caracteriza a este Arte, la imaginería desplegada, sobre todo, en las series de canecillos, distribuidos por las alturas de ambos lados de la nave, toca, elementalmente, toda la gama de mitos característicos, donde tan fácil resulta encontrarse con una sugestiva colección de monstruos y bestias mitológicas, como con una variopinta selección de tipos y personajes representativos de las diferentes castas sociales de la época, así como referencias de índole animal y vegetal, ciertamente abundantes también.

Temáticas, no obstante, ajenas a las excelencias de los capiteles del interior del templo, que entre otros relevantes motivos, muestran una Psicostasis  o Pesaje de Almas, donde el arcángel San Miguel representa la función de mediador -como en el Antiguo Egipto, le correspondía a la figura de Anubis, el dios con cabeza de chacal- y donde, como solía ser común, un diablo intenta hacer todas las trampas posibles para hacerse con el alma del desdichado; las Marías, frente al sepulcro vacío; un personaje sujetando a dos grifos -probablemente, una referencia a la leyenda de Alejandro Magno y la extensión de su imperio- y la lapidación de San Esteban.

Como colofón a la visita y probablemente de época barroca, cabe mencionar la formidable figura de San Miguel, sojuzgando al Diablo, que corona el altar.

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