Diciéndole adiós a Fuentidueña

En esta ocasión, me despido, no sin cierta melancolía, de este soberbio ejemplo de gloria y decadencia, que, sin duda alguna, constituye ese idílico solar castellano, que es el pueblo de Fuentidueña.

Y digo de gloria y decadencia, con la misma fruición con la que Albert Einstein presentó su famosa Teoría de la Relatividad, que en cierto modo, no sólo había intuido siglos antes el pensamiento medieval, con las maravillosas historias de los santos Virila y Ero -conocidas bien por los peregrinos de todos los tiempos que se dirigen a Santiago de Compostela por caminos tan diversos como el Francés o la Vía de la Plata- sino porque tenían, también, una locuaz cita para expresar lo inefable del paso del tiempo y su terrible circunstancia, como es la expresión latina que dice aquello de ‘sic transit gloria mundi’; o lo que es lo mismo: ‘así pasa la gloria del mundo’.

Fuentidueña, conoció una gloria extraordinaria durante los siglos XII y XIII, cuando su popularidad y relevancia se vio impulsada, principalmente, por la atención y generosidad de dos reyes: Alfonso VII y Alfonso VIII, este último, que además contrajo sus esponsales en la magnífica iglesia románica de Santo Domingo, en la vecina ciudad de Soria, haciéndolo, nada menos, que con la hija de aquél carácter imbatible y Dama indiscutible de los trovadores, que fue la esposa de Enrique II de Inglaterra: Leonor de Aquitania.

Fue, como se ha dicho, por la mediación de estos reyes, como este pueblo ejemplar, que hoy languidece con idéntica parsimonia a la impuesta por el poeta Verlaine en unos de sus versos más conocidos, se vio elevada a la categoría, no sólo de Villa, sino también, de Cabeza de Partido, siendo en ese floreciente periodo, cuando, de la mano de unos excelentes talleres, se levantaron las magníficas iglesias románicas de San Miguel, de San Martín y de Santa María del Arrabal, así como el puente, con la característica forma de ‘lomo de asno’, que fue, parcial o completamente remodelado en el siglo XVIII y bajo cuyos cimientos corre uno de los ríos más legendarios y a la vez, prolíficos en truchas de toda Segovia: el Duratón.

Contando con estos precedentes, su patrimonio artístico, histórico y cultural -ese mismo, que hoy día se ve fatalmente alterado- se fue ampliando, con la incorporación de nuevos elementos, como el hospital de la Magdalena o la Capilla Palacio de los Condes de Montijo -cuyo diseño, se basó en la Capilla del Palacio Real de Madrid- en la actualidad, reconvertida en un fabuloso hotel, cuyas instalaciones, no me cabe duda de que harán las delicias de cualquier viajero exigente.

Tampoco podía faltar, entre sus históricos muros, la presencia, además, de otra de esas grandes familias españolas, la épica de cuya historia, nadando siempre a contra corriente entre el Papado y el Poder, trajo al mundo ilustres hijos, cuya vida y las circunstancias de cuya muerte, son parte de esas leyendas, llamadas negras, que durante siglos fueron glosadas por los itinerantes contadores de historias y cuyo emblema, figura actualmente en la bandera: los Luna.

En definitiva: hoy no sólo me despido, sino que además les presento, uno de esos hermosos pueblos castellanos, de los que estoy completamente seguro, de que grandes escritores contemporáneos, como Juan Eslava Galán, incluirían, sin dudarlo un momento, en un hermoso y merecido glosario, que intitulado, por su fantasía y maravilla, en esos mil y un lugares que ver en España, al menos una vez en la vida, recomendarían sin pestañear.

Añadiendo, por defecto, ese entorno privilegiado y misterioso, que se ha ido asentado a través de los milenios en base a esa acción, metafóricamente escultórica ejercida por el río Duratón a su paso, digno, no me cabe duda, no sólo para el desarrollo, también, de mil y una aventuras, sino, además, para otro tipo de aventura no menos agradable, sobre todo, cuando se la coge el gusto: la ensoñación.

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