El retrato

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Apenas puse un pie en esa casa supe que aquella mujer era la matriarca y dueña de todo. Vestida con un traje rojo que resaltaba su cabellera dorada, posaba sobre un enorme sillón de bordes cromados. En cuello y manos alhajas deslumbraban aún más la pintura aquella que colgaba imponente sobre la pared del salón principal.

Era un cuadro retrato enorme, donde su tamaño fácilmente fluctuaba entre un metro y medio de largo por uno de ancho.

No sé mucho de pinturas, pero me pareció un óleo en lienzo de tela acomodada sobre un marco de madera amarillento con relieves, de saturación tan fuerte que llegaba a ser casi un tono dorado. Con iluminación propia proveniente de un foco de luz a medio metro sobre él, le daban un aspecto totalmente tétrico cuando la penumbra caía sobre la casa.

Era un cuadro carente de profundidad, pues solo la imagen de la señora sentada sobre un sillón beige resaltaba sobre un fondo abismantemente negro. No era para nada de aquellas pinturas alegres que te producen sensación de movimiento, con figuras inclinadas sobre el plano por trazados ondulantes y fondos vivos. Sin embargo, era su rostro, o más bien aquellos ojos de mirada profunda los que parecían tener vida propia, que pasaban más allá de lo inmediatamente perceptible. En donde estuvieses te sentías observado e intimidado con el retrato de la matriarca aquella, incluso cuando subías las escaleras, aquellos ojos parecían seguirte hasta perderte sobre el último escalón.

¡Vaya mujer! –Me dije así mismo mientras me enseñaban la casa, sin saber aún un gran detalle, aquella mujer ya no estaba en nuestro plano. Una horrible enfermedad se la había llevado hace varios años, lo que causó más sensaciones timoratas en mí al observarla en la pared.

Estaba aquí para cuidar al que era su esposo, un anciano decrepito y con múltiples enfermedades que lo tenían ya sin poder valerse de sí mismo. Sería su médico de cabecera al cuidado y puertas adentro, aun cuando en un principio no era lo que quería realmente, terminé por aceptar la oferta pues la paga era buena y ahorraría también dinero no estando en mi departamento durante la semana. La propiedad era de un vasto terreno cuya casa fue levantada justo en el centro de él, con una base sólida en su primero piso, pero totalmente de madera en el segundo nivel.

Estaba muy bien conservada para la edad que al parecer tenía, pues el lugar era propio de ese extraño olor a viejo que se impregna desde sus cimientos y que es difícil de quitar, como un aroma rancio o a humedad muy sutil que se percibía aún más en ciertos lugares de la casa.

Las habitaciones estaban todas en el segundo nivel y claro estaba que una de ellas estaba destinada para mí. Era un cuarto amplio, con una cama de catre antiguo, pero con ropaje moderno, como que fue expresamente preparada para mi estadía. Destacaban sus muebles polvorientos y gruesas cortinas que apartaban la luz natural como así también un enorme armario de puertas rechinantes con un espejo sobre una de sus puertas que me pareció algo inquietante, sobre todo pensando en la noche.

La señora Angélica, hija y al parecer heredera de todo, luego de darme la bienvenida me convidó cordialmente a acomodarme tranquilamente para luego bajar por la cena, donde obtendría más detalles sobre mis deberes con el anciano y en la casa en sí. Me dio una sonrisa y cerró la puerta del cuarto, perdiéndose por el oscuro pasillo hasta las escaleras. No había percibido la quietud reinante del lugar, pues sentí sus pisadas sobre las crujientes escaleras hasta que descendió del último escalón, brindándome aquello una sensación extraña y escalofriante.

Durante la cena y habiéndome puesto al tanto de mis deberes, conocí al resto de la familia y entramos en una amena conversación para conocernos y ganar la confianza requerida, después de todo pasaría toda la semana en esta casa y era vital la buena convivencia. No miento al decir que era una excelente oportunidad para mí y me sentía plenamente a gusto con esta familia, pero era aquel cuadro el que no encajaba y me inquietaba, o mejor dicho aquella mujer pintada sobre él que por momentos una sensación algo angustiante y de pavor me ocasionaba.

No fue solo algo de mi primer día, pues con el correr de éstos la sensación de estar siendo observado a cada instante me fue atemorizando en demasía, sobre todo cuando nos sentábamos a la mesa. Era el peor momento en donde más sentía aquellos ojos observándonos. Extrañamente la familia parecía percibir lo mismo, pues no hubo ningún integrante que no levantase la mirada hacia el cuadro en más de una ocasión estando en la mesa. Por momento sentía que todos le temían, pero a la vez le respetaban casi como una deidad.

Fue luego de una cena en que me acerqué al retrato con la idea de disipar mis temores y convencerme que solo era una pintura. Así fue como me paré frente a él o mejor dicho frente a la mujer aquella para admirar su majestuosidad. Llevé mi mano a una de sus esquinas que me pareció desgastada o como si hubiese sido restaurada tanto en su marco como en la pintura misma.

–¡No la toques! a mamá no le gusta que la toquen por nada del mundo –Fue la voz en tono alto y molesto a mis espaldas, dejándome gélida y algo aterrada. Era la señora Angélica reprimiéndome.

–Perdóneme, solo apreciaba el majestuoso y hermoso retrato de vuestra madre –Intenté quitar aquella molestia reflejada en sus cejas y mirada con algo de adulación hacia la mujer en la pared.

–Vete a ver a mi Padre antes que se duerma y luego descansa –Fueron sus órdenes antes de dar media vuelta y perderse en las escaleras.

Giré mi cabeza casi de reojo para echar una última mirada al cuadro aquel, sintiendo una sensación demasiado extraña que me provocó un escalofrió horrible en mi nuca y espalda, caminando rápidamente hacia las habitaciones.



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