Dulce venganza (Relato)
Fuente
La luz del ascensor se detiene y abre sus puertas.
Introduce su mano en el bolsillo del pantalón y aprieta fuertemente el mango del arma.
Pone su dedo sobre el timbre y espera.
Mira su reloj constantemente.
Arriba escucha una puerta abrirse y cerrarse.
Unos pasos que se dirigen al ascensor y más tarde este sube al encuentro de la llamada.
Otro pequeño percance que no tomó en cuenta.
Ruega porque esa persona no baje hasta el piso donde se encuentra.
Sus ojos se quedan fijos mirando el marcador, cuando llega al número donde está piensa que se ha detenido allí.
La luz parpadea y sigue bajando.
Respira hondo, aliviado.
El apartamento de enfrente está desocupado ya que su ocupante, un viejo empresario llega a este a la una para no salir hasta la noche.
Él encontrará el cadáver de Wilfredo.
De seguro lo hará como a las dos cuando toque el timbre para charlar con él un rato, cosa rutinaria durante años y encuentre la puerta entreabierta y en el piso el cuerpo sin vida del viejo.
A esa hora estará en el aeropuerto de destino esperando su maleta.
Su secretaria estará oyendo la grabación y anotando en su agenda la hora de la llamada.
Escucha unos pasos acercándose a la puerta.
Wilfredo se detiene y mira por el ojo mágico, viéndolo parado delante de ella.
Quita el cerrojo y le abre.
Lo encuentra de frente.
Sus ojos mezclas de horror y sorpresa ven el arma en su mano apuntándole.
-¿Eres tu Jean Carlos?
-Así es Wilfredo y vengaré la muerte de tu hija y todos estos años de sufrimiento.
-Sabía que volverías.
Tres disparos consecutivos se introducen en el cuerpo del viejo.
Su ropa se llena del líquido viscoso de la sangre y se manchan de rojo.
Cae desplomado al piso.
Con gesto de satisfacción cierra un poco la puerta.
La dicha de cumplir lo propuesto le embarga y le embriaga el cuerpo.
Va hasta el buzón de desperdicios y por allí lanza el arma, también los guantes.
Los detectives les encontrarán mezclados entre la basura.
Va hasta el ascensor y cuando va a poner su dedo sobre el botón se da cuenta que ha cometido un pequeño error.
Ha botado los guantes y no debe poner sus dedos allí.
Mira su reloj pulsera.
Aún le quedan cinco minutos para bajar.
Lo hará por las escaleras.
Peldaño a peldaño va salvando la distancia a su apartamento.
Por unos momentos se sofoca un poco.
Ya no tiene veinte años y el tiempo no ha pasado en vano sobre su contextura.
Llega hasta la puerta e introduce la llave en la cerradura.
La abre y penetra, una sensación de alivio se respira a su alrededor.
Va hasta un pequeño bar y se sirve un trago de whisky.
De una sola vez acaba su contenido.
El pasaje sobre la mesa le recuerda que tiene poco tiempo para ducharse y llegar hasta el aeropuerto.
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